Innato o aprendido en el que no me voy a detener
07/19/2024
2407198731095

About the work

https://valentina-lujan.es/Y/Innato o aprendido.pdf
en el que no me voy a detener porque como dice mi amigo ya tengo “con lo que te espera por delante tajo suficiente” como para poderme permitir el lujo de no tener que meterme en filosofías y menos ahora, precisamente ahora que había logrado recordar y sin esfuerzo alguno tras largas semanas de infructuosa lucha, cuando regresaba anteayer en el autobús a media tarde de comprar unos útiles de bricolaje y, al mirar por la ventanilla, toparon por casualidad mis ojos con unos geranios color rosa que me obligaron a, sobresaltado, bajarme en la parada siguiente para tomar el metro e ir a regar los tiestos de mi tía ― que me había recomendado que no se me olvidase cuidárselos mientras hacía un pequeño crucero por las islas griegas ni poner, eso me lo recomendó sobremanera, su agua y su comida al periquito ― tras diez o doce días de irlo dejando ora y entre tantas preocupaciones, ¿verdad?, como todos tenemos por una cosa ora por otra pero con la tranquilidad de que, desconfiando de mi mala cabeza, el animal estaba en mi casa, en su jaula, perfectamente atendido con su cotidiana ración de semillas y su agua siempre fresca…
¿Por qué me había, en tal caso ― querría saber mi amigo, que se pone a veces muy exigente con los detalles; pero preferí imaginar que ya discurriría una razón irrefutable en cualquier otro momento en que estuviese menos excitado o, al menos, no tan inspirado como para no tener meridianamente claro que lo peor que podía hacer ante situación tan venturosa era perder la serenidad ― sobresaltado?
Las respuestas podrían ser múltiples y variadas, pero la que ganó frente a argumentos no menos fútiles que la en extremo peregrina idea de que mi tía ― mujer de temperamento adusto que jamás sintió el menor interés por visitar las islas griegas ― amase (por no entrar en pormenores ni caer en la tentación de ensañarnos dando cuenta de cuánto hubo de sufrir el buen hombre, que era un bendito aunque de escasos posibles pero la adoraba pese a que el abuelo lo había advertido “usted verá, pero tiene un temperamento horrible”, durante las cuatro décadas que se demoró Dios en llamarlo a su diestra) los periquitos fue, contra por un lado todo pronóstico y mi voluntad por otro, algo tan del todo extravagante como que ya tenía ― “¡Pero, coño! ¿Es que no lo ves?”, me gritó ― la solución al porqué de no poder terminar de encauzar lo que venía diciendo cuando, por cualesquiera de las diversas variopintas circunstancias aleatorias que pudiéranse por ventura o desventura terciar o por cualquier otra que no acertase yo a prever, alguien se había equivocado de mujer.
Traté por todos los medios de persuadirlo de que eso era impensable porque, le expliqué, el pingüino de Celedonia no podría, jamás, ser confundido con el loro de mi tía.
– ¿No era un periquito? — objetó con viveza mi amigo.
– No. Ese es Indalecio.

Literary: Other
prosa
papeles
Shown in

Copyright registered declarations

Sergio Escalante
Author
Consolidated inscription:
Attached documents:
0
Copyright infringement notifications:
0
Contact

Notify irregularities in this registration

Creativity declaration

100% human created

Declaration Date: Jul 19, 2024, 8:37 PM

Identification level: Low

Fictional content

Declaration Date: Jul 19, 2024, 8:37 PM

Identification level:
Low
Print work information
Work information

Title Innato o aprendido en el que no me voy a detener
https://valentina-lujan.es/Y/Innato o aprendido.pdf
en el que no me voy a detener porque como dice mi amigo ya tengo “con lo que te espera por delante tajo suficiente” como para poderme permitir el lujo de no tener que meterme en filosofías y menos ahora, precisamente ahora que había logrado recordar y sin esfuerzo alguno tras largas semanas de infructuosa lucha, cuando regresaba anteayer en el autobús a media tarde de comprar unos útiles de bricolaje y, al mirar por la ventanilla, toparon por casualidad mis ojos con unos geranios color rosa que me obligaron a, sobresaltado, bajarme en la parada siguiente para tomar el metro e ir a regar los tiestos de mi tía ― que me había recomendado que no se me olvidase cuidárselos mientras hacía un pequeño crucero por las islas griegas ni poner, eso me lo recomendó sobremanera, su agua y su comida al periquito ― tras diez o doce días de irlo dejando ora y entre tantas preocupaciones, ¿verdad?, como todos tenemos por una cosa ora por otra pero con la tranquilidad de que, desconfiando de mi mala cabeza, el animal estaba en mi casa, en su jaula, perfectamente atendido con su cotidiana ración de semillas y su agua siempre fresca…
¿Por qué me había, en tal caso ― querría saber mi amigo, que se pone a veces muy exigente con los detalles; pero preferí imaginar que ya discurriría una razón irrefutable en cualquier otro momento en que estuviese menos excitado o, al menos, no tan inspirado como para no tener meridianamente claro que lo peor que podía hacer ante situación tan venturosa era perder la serenidad ― sobresaltado?
Las respuestas podrían ser múltiples y variadas, pero la que ganó frente a argumentos no menos fútiles que la en extremo peregrina idea de que mi tía ― mujer de temperamento adusto que jamás sintió el menor interés por visitar las islas griegas ― amase (por no entrar en pormenores ni caer en la tentación de ensañarnos dando cuenta de cuánto hubo de sufrir el buen hombre, que era un bendito aunque de escasos posibles pero la adoraba pese a que el abuelo lo había advertido “usted verá, pero tiene un temperamento horrible”, durante las cuatro décadas que se demoró Dios en llamarlo a su diestra) los periquitos fue, contra por un lado todo pronóstico y mi voluntad por otro, algo tan del todo extravagante como que ya tenía ― “¡Pero, coño! ¿Es que no lo ves?”, me gritó ― la solución al porqué de no poder terminar de encauzar lo que venía diciendo cuando, por cualesquiera de las diversas variopintas circunstancias aleatorias que pudiéranse por ventura o desventura terciar o por cualquier otra que no acertase yo a prever, alguien se había equivocado de mujer.
Traté por todos los medios de persuadirlo de que eso era impensable porque, le expliqué, el pingüino de Celedonia no podría, jamás, ser confundido con el loro de mi tía.
– ¿No era un periquito? — objetó con viveza mi amigo.
– No. Ese es Indalecio.
Work type Literary: Other
Tags prosa, papeles

-------------------------

Registry info in Safe Creative

Identifier 2407198731095
Entry date Jul 19, 2024, 8:37 PM UTC
License All rights reserved

-------------------------

Copyright registered declarations

Author. Holder Sergio Escalante. Date Jul 19, 2024.


Information available at https://www.safecreative.org/work/2407198731095-innato-o-aprendido-en-el-que-no-me-voy-a-detener
© 2025 Safe Creative