Cuento de una noche de verano

07/28/2018 1807287849099

Se llamaba Belinda y era la más bella muñeca del escaparate. Delicada, exquisitamente hermosa, una pequeña dama vestida de seda, encajes y suave terciopelo, ojos azules, rubor en las mejillas, rubios cabellos recogidos en perfectos bucles sobre su cuello de cera. Sentada al piano suspendidas las manos sobre las teclas unas veces, de pie tras el cristal otras, acunada en la nostalgia, siempre melancólica, indiferente y frágil, miraba la vida pasar. Etérea, suave, transparente, dulce como un sueño de infancia. Los días en el almacén de antigüedades se iban así sucediendo uno tras otro, cada uno parecido al anterior -apacibles, perezosos, rutinarios- entre la admiración y la indolencia que la muñequita despertaba hasta que en algún momento y sin que nadie pudiera explicar cómo, algo muy extraño sucedió. Una mañana ardiente y luminosa de aquel lánguido e inacabable verano, la vitrina que hasta entonces ella ocupaba amaneció vacía. Belinda no estaba. En su lugar, el rastro deshojado de una rosa blanca de cristal. Cuentan que, enamorada de un titiritero que por aquel tiempo de paso se hallaba en la ciudad -un muchacho guapo de ojos grises y vivaces, rostro atezado por el sol e irresistible sonrisa soñadora- aturdida de amor, tras él huyó una noche de luna llena. Raudas y fugaces, divertidas, cómplices, chispeantes, atrevidas... cientos de perseidas en el firmamento destellaban y su magia y fantasía sobre el mundo aquella noche vertían. Burlado de tan fantástico modo, casi por milagro, su destino de inanimado y lujoso juguete inalcanzable, de feria en feria, felices y sin rumbo, siempre juntos los dos, recorren desde entonces los caminos. Eternos vagabundos perdidos por el mundo. Sus vestidos ahora rasgados y en desorden, el cabello desgreñado, los brazos descascarillados, magullada su blanquísima piel de porcelana, nada en ella recuerda ya a la bella damisela, siempre al borde de la vida acurrucada, que alguna vez fue. Brillan sus ojos, antes tristes y apagados y un sentimiento desconocido, algo muy cercano a la esperanza, habita su alma. Y es que frente a él, por primera vez, su corazón latió. Una palabra, un gesto, una sonrisa a tiempo y... una vida que renace por arte de magia. Sucedió que sólo aquel joven alegre, descarado, irreverente y bohemio que por ventura quiso el azar cruzar en su camino, fue capaz de consolar su dolor, de ver lo que nadie más acertó nunca a comprender: la soledad, la tristeza, el insondable vacío en que se ahogaba. Y sólo él le dio también una razón para soñar. Con la quietud y la inmensidad de un hechizo rozaron sus ojos los suyos, un beso con dulzura infinita dejó en sus labios y con bellas, suaves palabras de amor sus oídos arrulló. Como el regalo más precioso apareció para quererla cuando menos lo esperaba, para siempre borró las sombras del pasado y un nuevo destino, una vida entera le entregó: fulgurantes noches repletas de estrellas, tibios amaneceres cubiertos de rocío, cálidas brisas perfumadas de jazmín, la belleza muda de un instante en que nada pasa y pasa la vida. Ráfagas de alegría y felicidad, mariposas en el alma, secretos de amor, estremecimientos de ternura, caricias en el corazón... Latidos de magia y de poesía. Y es que a veces, sólo a veces, los sueños se cumplen. Es entonces que el destello errante de una estrella, el acompasado latir de dos corazones, el dulce contacto de unas manos que se unen, un abismo de soledad y silencio resquebraja, sombras y desdichas ahuyenta y una noche de verano misteriosa y hechicera al mundo deslumbra con su luz, con su encanto, con su embrujo y su belleza.

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Title Cuento de una noche de verano

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Entry date Jul 28, 2018 1:29 PM UTC

Se llamaba Belinda y era la más bella muñeca del escaparate. Delicada, exquisitamente hermosa, una pequeña dama vestida de seda, encajes y suave terciopelo, ojos azules, rubor en las mejillas, rubios cabellos recogidos en perfectos bucles sobre su cuello de cera. Sentada al piano suspendidas las manos sobre las teclas unas veces, de pie tras el cristal otras, acunada en la nostalgia, siempre melancólica, indiferente y frágil, miraba la vida pasar. Etérea, suave, transparente, dulce como un sueño de infancia.
Los días en el almacén de antigüedades se iban así sucediendo uno tras otro, cada uno parecido al anterior -apacibles, perezosos, rutinarios- entre la admiración y la indolencia que la muñequita despertaba hasta que en algún momento y sin que nadie pudiera explicar cómo, algo muy extraño sucedió. Una mañana ardiente y luminosa de aquel lánguido e inacabable verano, la vitrina que hasta entonces ella ocupaba amaneció vacía. Belinda no estaba. En su lugar, el rastro deshojado de una rosa blanca de cristal.
Cuentan que, enamorada de un titiritero que por aquel tiempo de paso se hallaba en la ciudad -un muchacho guapo de ojos grises y vivaces, rostro atezado por el sol e irresistible sonrisa soñadora- aturdida de amor, tras él huyó una noche de luna llena. Raudas y fugaces, divertidas, cómplices, chispeantes, atrevidas... cientos de perseidas en el firmamento destellaban y su magia y fantasía sobre el mundo aquella noche vertían.
Burlado de tan fantástico modo, casi por milagro, su destino de inanimado y lujoso juguete inalcanzable, de feria en feria, felices y sin rumbo, siempre juntos los dos, recorren desde entonces los caminos. Eternos vagabundos perdidos por el mundo.
Sus vestidos ahora rasgados y en desorden, el cabello desgreñado, los brazos descascarillados, magullada su blanquísima piel de porcelana, nada en ella recuerda ya a la bella damisela, siempre al borde de la vida acurrucada, que alguna vez fue. Brillan sus ojos, antes tristes y apagados y un sentimiento desconocido, algo muy cercano a la esperanza, habita su alma. Y es que frente a él, por primera vez, su corazón latió. Una palabra, un gesto, una sonrisa a tiempo y... una vida que renace por arte de magia.
Sucedió que sólo aquel joven alegre, descarado, irreverente y bohemio que por ventura quiso el azar cruzar en su camino, fue capaz de consolar su dolor, de ver lo que nadie más acertó nunca a comprender: la soledad, la tristeza, el insondable vacío en que se ahogaba. Y sólo él le dio también una razón para soñar. Con la quietud y la inmensidad de un hechizo rozaron sus ojos los suyos, un beso con dulzura infinita dejó en sus labios y con bellas, suaves palabras de amor sus oídos arrulló. Como el regalo más precioso apareció para quererla cuando menos lo esperaba, para siempre borró las sombras del pasado y un nuevo destino, una vida entera le entregó: fulgurantes noches repletas de estrellas, tibios amaneceres cubiertos de rocío, cálidas brisas perfumadas de jazmín, la belleza muda de un instante en que nada pasa y pasa la vida. Ráfagas de alegría y felicidad, mariposas en el alma, secretos de amor, estremecimientos de ternura, caricias en el corazón... Latidos de magia y de poesía.
Y es que a veces, sólo a veces, los sueños se cumplen. Es entonces que el destello errante de una estrella, el acompasado latir de dos corazones, el dulce contacto de unas manos que se unen, un abismo de soledad y silencio resquebraja, sombras y desdichas ahuyenta y una noche de verano misteriosa y hechicera al mundo deslumbra con su luz, con su encanto, con su embrujo y su belleza.

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Marta Navarro Calleja

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Jul 28, 2018


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Se llamaba Belinda y era la más bella muñeca del escaparate. Delicada, exquisitamente hermosa, una pequeña dama vestida de seda, encajes y suave terciopelo, ojos azules, rubor en las mejillas, rubios cabellos recogidos en perfectos bucles sobre su cuello de cera. Sentada al piano suspendidas las manos sobre las teclas unas veces, de pie tras el cristal otras, acunada en la nostalgia, siempre melancólica, indiferente y frágil, miraba la vida pasar. Etérea, suave, transparente, dulce como un sueño de infancia.
Los días en el almacén de antigüedades se iban así sucediendo uno tras otro, cada uno parecido al anterior -apacibles, perezosos, rutinarios- entre la admiración y la indolencia que la muñequita despertaba hasta que en algún momento y sin que nadie pudiera explicar cómo, algo muy extraño sucedió. Una mañana ardiente y luminosa de aquel lánguido e inacabable verano, la vitrina que hasta entonces ella ocupaba amaneció vacía. Belinda no estaba. En su lugar, el rastro deshojado de una rosa blanca de cristal.
Cuentan que, enamorada de un titiritero que por aquel tiempo de paso se hallaba en la ciudad -un muchacho guapo de ojos grises y vivaces, rostro atezado por el sol e irresistible sonrisa soñadora- aturdida de amor, tras él huyó una noche de luna llena. Raudas y fugaces, divertidas, cómplices, chispeantes, atrevidas... cientos de perseidas en el firmamento destellaban y su magia y fantasía sobre el mundo aquella noche vertían.
Burlado de tan fantástico modo, casi por milagro, su destino de inanimado y lujoso juguete inalcanzable, de feria en feria, felices y sin rumbo, siempre juntos los dos, recorren desde entonces los caminos. Eternos vagabundos perdidos por el mundo.
Sus vestidos ahora rasgados y en desorden, el cabello desgreñado, los brazos descascarillados, magullada su blanquísima piel de porcelana, nada en ella recuerda ya a la bella damisela, siempre al borde de la vida acurrucada, que alguna vez fue. Brillan sus ojos, antes tristes y apagados y un sentimiento desconocido, algo muy cercano a la esperanza, habita su alma. Y es que frente a él, por primera vez, su corazón latió. Una palabra, un gesto, una sonrisa a tiempo y... una vida que renace por arte de magia.
Sucedió que sólo aquel joven alegre, descarado, irreverente y bohemio que por ventura quiso el azar cruzar en su camino, fue capaz de consolar su dolor, de ver lo que nadie más acertó nunca a comprender: la soledad, la tristeza, el insondable vacío en que se ahogaba. Y sólo él le dio también una razón para soñar. Con la quietud y la inmensidad de un hechizo rozaron sus ojos los suyos, un beso con dulzura infinita dejó en sus labios y con bellas, suaves palabras de amor sus oídos arrulló. Como el regalo más precioso apareció para quererla cuando menos lo esperaba, para siempre borró las sombras del pasado y un nuevo destino, una vida entera le entregó: fulgurantes noches repletas de estrellas, tibios amaneceres cubiertos de rocío, cálidas brisas perfumadas de jazmín, la belleza muda de un instante en que nada pasa y pasa la vida. Ráfagas de alegría y felicidad, mariposas en el alma, secretos de amor, estremecimientos de ternura, caricias en el corazón... Latidos de magia y de poesía.
Y es que a veces, sólo a veces, los sueños se cumplen. Es entonces que el destello errante de una estrella, el acompasado latir de dos corazones, el dulce contacto de unas manos que se unen, un abismo de soledad y silencio resquebraja, sombras y desdichas ahuyenta y una noche de verano misteriosa y hechicera al mundo deslumbra con su luz, con su encanto, con su embrujo y su belleza.
Work type Narrative, Essay

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Entry date Jul 28, 2018 1:29 PM UTC
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Author. Holder Marta Navarro Calleja. Date Jul 28, 2018.


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