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+- Educar para Marte, salvar la Tierra 

En una de sus conferencias el asesor, economista, influyente divulgador y estudioso de la economía colaborativa y del impacto de la tecnología en la sociedad Jeremy Rifkin, (que es también creador de la teoría de la Tercera Revolución Industrial) propuso que deberíamos educar a las nuevas generaciones para colonizar Marte. Sin embargo, su idea está en las antípodas de ejercicios de grandilocuencia tecno-optimistas y elitistas de Elon Musk.

De hecho, preguntado por los planes de colonizar Marte de Musk, dijo en una entrevista en El País: «Son absurdos. Necesitamos un pacto verde y otro azul para este planeta, que es nuestra responsabilidad. El primero es fundamental; si no eliminas los combustibles fósiles, las sequías, las inundaciones, las olas de calor y los incendios no remitirán. Pero al mismo tiempo es necesario un pacto azul, porque ya nos estamos enfrentando a esos problemas.»

Cuando habla de un pacto azul, se refiere a que este planeta que llamamos Tierra, es en realidad una gran masa de agua (dos tercios de la superficie), así que el propone que le llamemos Planeta Agua. Cabe decir que Rifkin es poco sospechoso de ser un radical ecologista o altermundista, ha asesorado a presidentes como Obama o Zapatero o el mismo Parlamento Europeo. 

Cuando el dice que deberíamos educar a las nuevas generaciones «como» si fuéramos a colonizar Marte es porque en ese contexto se producen escenarios que pueden ayudarnos a gestionar nuestro Planeta Agua. A saber, en Marte tendríamos recursos muy limitados, un entorno hostil, una capacidad de generar energía escasa, por no hablar de la falta de agua. En este escenario las respuestas como supervivientes seria, en muchos casos, la contraria a la que hoy tenemos como paradigma en la educación. Los sistemas educativos actuales fueron diseñados en la era industrial para formar trabajadores de fábrica y oficina, en un capitalismo productivo.  

La idea de competir para ser el mejor y triunfar está pensada para un entorno donde se consideraba que los recursos eran ilimitados y la productividad y el crecimiento económico eran el dogma central de la sociedad. En cambio, Rifkin propone una educación que prepare a los jóvenes para un mundo de extrema complejidad con escasez de recursos y urgencias climáticas. Un sistema educativo que integre ciencias, humanidades y tecnología para abordar problemas multifactoriales. Afirma, que la escuela debería entrenar más en la cooperación, el trabajo en red y resolución conjunta de problemas, no en la competencia individual.  

Rifkin habla de resiliencia, pero no una capacidad unipersonal de resistir. La ciencia-ficción nos tiene acostumbrados al héroe capaz de resistir en solitario en un entorno violento y individualista. Por el contrario, lejos de manuales de autoayuda donde todo parece empezar y acabar en uno mismo, la resiliencia tiene que ver con crear comunidades cohesionadas frente a las crisis energéticas, ambientales o económicas. Y la clave es la interdependencia. Sabemos que solos/solas no podemos, hemos de enseñar a proyectar futuros en comunidad. Eso sitúa al ego creador en un segundo plano y pasa el frente la capacidad de colaborar, de crear sinergias y de tejer complicidades. 

La metáfora de Marte le sirve para pensar en que, si queremos subsistir como especie en el Planeta Agua, debemos desarrollar un modelo social basado en la sostenibilidad con recursos limitados, algo que muy probablemente viviremos en nuestro planeta. En su libro La civilización empática, Jeremy Rifkin plantea que la historia de la humanidad puede comprenderse como un delicado equilibrio entre la entropía y la empatía. La primera viene de la física, alude a la segunda ley de la termodinámica que dice que la materia y la energía tienden al caos. Cada avance civilizatorio, cada nueva infraestructura, cada salto tecnológico, cada red de producción y consumo, ha permitido sostener sociedades más complejas, pero también ha multiplicado el desgaste del planeta, acelerando el agotamiento de recursos, la contaminación y el cambio climático. Es decir, cada vez estamos más conectados, pero a costa de los recursos naturales. La prosperidad humana o más bien la idea de confort de una parte de la humanidad en el primer mundo, siempre ha tenido un costo entrópico. 

La otra fuerza es la empatía. A lo largo de los siglos, los seres humanos han expandido sus círculos de sensibilidad moral. Primero se cuidaba a la familia, luego a la tribu, después a comunidades más amplias y a la nación, hasta llegar a una conciencia que hoy, gracias a las tecnologías de comunicación y a la interdependencia global, puede abarcar a toda la humanidad e incluso a otras formas de vida. Cuando se hizo la primera fotografía del planeta por parte de los astronautas, además de descubrir que nuestro planeta era azul, nos dimos cuenta de que somos una partícula en la inmensidad y que no tiene sentido no gestionar esa partícula como un todo. La empatía, en la visión de Rifkin, no es solo una virtud ética: es una estrategia evolutiva que nos permite sobrevivir como especie a través de cooperar, crear vínculos y sostener estructuras sociales cada vez más inclusivas.  

En realidad, tiene muchos puntos de contacto con las teorías del príncipe Piotr Kropotkin que fue también geógrafo, zoólogo y pensador político ruso, considerado uno de los principales teóricos del movimiento anarquista. En su obra El apoyo mutuo (1902), donde, frente a la visión darwinista que exaltaba la competencia como motor evolutivo, Kropotkin mostró que la cooperación solidaria entre individuos y comunidades ha sido un factor clave para la supervivencia de las especies, incluida la humana, en entornos hostiles. Allí demostró que la competitividad solo funciona en escenarios de bonanza y abundancia. En cambio, en entornos hostiles (en este caso la hipótesis de Marte) el apoyo mutuo ofrecía más probabilidades de resistencia, resiliencia y progreso. 

Así, ambos pensadores convergen en un mismo punto: la clave de la supervivencia humana no está en la competencia, sino en la capacidad de cooperar. Rifkin añade, desde la crisis ecológica contemporánea, que dicha cooperación debe extenderse no solo a los seres humanos, sino también al conjunto de la biosfera, si queremos contrarrestar el riesgo entrópico de nuestra civilización. Aquí entraría la idea de Futuros multiespecie e incluso en asumir que estamos ante Hiperobjetos que nos superan pero que solo desde la gestión de recursos y la equidad podemos hacer frente al desafío de salvar al «Planeta Agua» viviendo como si estuviéramos colonizando Marte. 

Llegados a este punto debemos preguntarnos que implicaciones tiene todo esto en la enseñanza del diseño y la arquitectura. La idea de Rifkin sobre el equilibrio entre entropía y empatía, junto con el principio de apoyo mutuo de Kropotkin, nos obliga a repensar que habilidades deberán tener los futuros diseñadores, como serán los procesos de trabajo y producción. Nacido como disciplina de la mano de la revolución industrial, el diseño se crear para diferenciar los productos de la competencia y seducir a los consumidores. Pero quizás ha llegado el momento en el que el diseño forme parte de una estrategia humana para la supervivencia, pensando más en sistemas que en objetos aislados, entendiendo que cada edificio o proyecto es un nodo en una red mayor de relaciones sociales y ecológicas donde la escala va desde el detalle más pequeño al efecto de este en el Hiperobjeto llamado biosfera. Así, el diseño se convierte en un acto de cuidado colectivo, donde la técnica y la creatividad se ponen al servicio de la vida compartida y del Planeta Agua.  

🪧 Aviso: los artículos de Opinión reflejan las perspectivas de sus autores. SafeCreative no se identifica necesariamente con los puntos de vista expresados en ellos.
Óscar Guayabero
Óscar Guayaberohttps://www.guayabero.net/
Creador, editor, escritor… se autodefine como "para-diseñador". Guayabero es en realidad un contador de historias sobre objetos, instalaciones o palabras que además disfruta comisariando exposiciones, dando clases o activando plataformas.

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