About the work
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La puerta se cerró con la suavidad con que se cerraban las puertas cuando era Lola quien las cerraba y yo, que quizás por no haber hablado todavía con mi amigo de las indicaciones que (dejando a medio limpiar el polvo del respaldo del sillón) me diera bajo el argumento de que al no ser ella de la profesión aportarían un toque de originalidad a mi trabajo no me percaté del móvil, corrí a abrirla de nuevo para preguntarle qué apuntes eran esos; pero como ella no estaba ya en el descansillo la cerré de nuevo y, no queriendo echar a perder la mañana atascado por algo que debía de ser puramente anecdótico habida cuenta de que yo no había oído hablar de ese hombre en mi vida, coloqué un folio nuevo en la máquina y traté de aplicarme a zanjar, de una maldita vez si era posible, un viejo dejar las cosas como estaban que se empecinaba en resistírseme so pretexto de que, por alguna razón que ya no recordaba, estaban difíciles.
Pero apenas llevaba escritos cuatro renglones tuve que levantarme para ir a atender el teléfono y, al enfilar el pasillo, sonó también el timbre; dudé, recuerdo, a qué atender primero y que me decidí recuerdo también por la puerta, aunque no llegué a abrirla porque en el suelo encontré un sobre pero al mirar por la mirilla no vi a nadie; retomé con él en la mano el camino hacia el teléfono y, cuando contesté, ella, sin saludarme siquiera — pero entendiendo yo que no lo estaría considerando necesario puesto que sólo hacía unos minutos que se había marchado —, me espetó en tono muy vivo un escueto “¿lo ha encontrado?”.
– Si, pero no entiendo nada.
– ¿Nada? — Y parecía extrañarle mucho.
– Nada. Y tampoco por qué hace usted esas pequeñas niñerías… ¡Una señora de su edad!
– ¿Y esa impertinencia?
– Perdone, no he querido ofenderla. Sólo que es usted una persona adulta.
– Ah, bueno, eso sí. Pero las señoras… porque, y téngalo bien presente, aunque yo le tenga a usted la casa como los chorros del oro y le haga unas croquetas deliciosas, una es una señora de los pies a la cabeza; las señoras no tenemos edad ¿Entendido?
– Entendido, Lola. Pero lo otro no.
– ¿Qué es lo otro?
– Vamos, Lola. Quien calla otorga, y usted no ha protestado; de manera que de forma implícita acaba de admitirme que ha sido usted quien lo ha dejado.
– Ah — ella — que lo he dejado, sí.
– Pero para qué. No entiendo qué sentido le encuentra a algo tan incongruente.
– ¡Ah, ya caigo! — y dejó escapar una risita de esas que cualquiera que las haya oído sabe que significan “¡qué despiste el mío!” o “¡pero qué tonta soy!” — No me di cuenta de que no iba a saber abrirlo. Y como para mí es tan… cotidiano…
– ¿Cotidiano?
– Sí, habitual, incorporado de forma natural a mis costumbres, a mis gestos…
– Así que no sólo a mí. Va dejándolo igual por todas las otras casas a las que… ¿Y cómo reaccionan ellos, sus clientes?
– “Empleadores”, prefiero. Pero no lo sé, es la primera vez que lo hago, que lo he hecho; y sin otro fin que ayudarlo, a usted, que ya veo que es un desagradecido… Tonta de mí cuando, encima, no lo sabe ni abrir.
– Abrirlo sí. Un sobre sabe abrirlo incluso alguien tan torpe como yo — respondí algo dolido, pero no hizo falta…
– Es decir, que no llegó a abrirlo.
– ¿No se lo estoy diciendo?
– Pues menos mal, porque el sobrecito en cuestión tiene su intríngulis, y, usted tan inexperto aun…
Cambio acto seguido de tono y, en uno ahora muy animoso, casi festivo, agregó:
– Pero no importa, que yo le iré enseñando poquito a poco y ya verá. Siga, ahora, con la caja de zapatos, que ahí sí está bien, y busque el destornillador, que es justo por lo que se lo he dejado.
Y que ahí comprendería.
– ¿Qué comprenderé? — Le respondí irritado —. Y no estoy ante ninguna caja de zapatos sino en el pasillo, de pie, delante del teléfono de pared hablando con usted que no dice más que cosas rarísimas… ¿Está segura de que no se ha confundido al marcar y piensa que está hablando con cualquiera de sus otros clientes?
– Empleadores, le he dicho… Pero a usted no le entra en la cabeza que…
Y que “¡teléfono de pared!”, en tono muy sarcástico y que si con su bocinilla y todo.
Y que así no le extrañaba a ella…
– Pero, en fin — dijo, en tono resignado, y era como estarla viendo echarse el pelo hacia atrás como quien piensa “anda, que vaya desastre, a usted hay que dejarlo por imposible” —, dejemos el asunto que ya lo solucionaré yo mañana.
Y que por lo menos lo apagase.
– Aunque — otra vez sarcástica ella — no sabrá cómo.
Y por estar a la altura de un diálogo tan sin pies ni cabeza le dije que sí. Y lo doblé y me lo guardé en el bolsillo.
*
Fin del segundo borrador del capítulo primero de las únicas, auténticas y verídicas versaciones que han de pasar a la historia bajo el título de
Versaciones de un chupaplumas
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Code: | 2308074993555 |
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Date: | Aug 7 2023 10:20 UTC |
Author: | Felipe Ledesma |
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo. No tengo formación académica.