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Por ser usted un extraño
Me he despertado unos minutos antes de las siete y durante un rato he pretendido ignorar que empezaba un nuevo día en el que mi comparecencia no sería, como en tantos otros, necesaria ni deseada por nadie. Pero él insistió — el día, quiero decir — y me zarandeó por los hombros y siguió desgarrando esas primeras brumas que se empecinan siempre en ocultar el azul de un cielo aún más pálido a esa hora tan temprana.
Sí, ¡qué tontería!, no quería saber que permanezco viva ni, y esto es más terrible, que si Dios quiere — y me temo que alberga serias y muy aviesas intenciones de querer, porque mi salud, al menos en lo que yo sé de ella, es una de esas que suelen denominarse “de hierro” —, que si Dios quiere, decía, aún puedo vivir unos treinta años o quién sabe si más todavía a la vista de que en los tiempos que corren los viejos son cada vez más obstinados y, con sus manos sarmentosas y resecas, como garras, se aferran al acto de vivir con un afán — y un éxito, hay que reconocérselo — absolutamente prodigioso. Es curioso, siempre lo he pensado, que habiendo tan poquitas personas felices sea tan infrecuente encontrar quien tenga unas ganas sinceras y desinteresadas de morirse. Sí, sí, lo digo en serio.
¡Oh. ¡Pero claro que sí que todo el mundo conoce a algún anciano que protesta “¡yo lo que tengo ya que hacer es morirme”!, pero, ¿sabe?, lo dicen con la boca chica, nada más por impresionar a sus parientes, por mortificarlos y zaherirlos y meterles el corazón en un puño y que acudan presurosos a arremolinarse junto a él clamando, con los ojos arrasados en lágrimas: abuelo, por favor, qué cosas tienes; tú vivirás muchos años, aquí, con nosotros, que te queremos tanto.
Y ese día le hacen unas natillas, lo que más le gusta, para agasajarlo, aunque con la advertencia de “pero sólo hoy, no te vaya a subir el azúcar”.
Mienten. Unos y otros están haciéndose trampas y tendiéndose redes. Lo sé de buena tinta, por experiencia personal vivida en mi propia carne cuando mi anciana madre augura “pronto me moriré y te quedarás a gusto” … Sí, lo dijo por primera vez hará algo más de veinte años, a raíz de quedarse viuda, cuando muy afligida lloriqueaba quejumbrosa: si no fuera por mi hija, que me necesita, yo le pediría a Dios que me llevase con mi marido.
Fui siempre lo bastante cínica para no replicar: por mí no lo hagas, de verdad, pídeselo y a ver si hay suerte y te escucha que yo ya me las arreglaré.
Veinte años largos, ya digo, sin que mi madre y Dios den mínimas muestras de llegar a un acuerdo.
Pero entre tanto la claridad crecía y mis ojos abiertos como platos me advertían, en el silencio podía oírlos con una nitidez cruel que me hacía retumbar los tímpanos, “ya no vas a dormirte otra vez. Haz lo que quieras”.
Me levanté y subí la persiana del todo, hasta arriba.
Diecisiete mil quinientos veinte. En un ramalazo de humor negro, o masoquismo, no sé muy bien, me ha asaltado la curiosidad de conocer cuántas veces habré ejecutado desde que nací gestos idénticos con idéntica sensación de angustia, de soledad, de impotencia, de fatalidad y de abandono. Diecisiete mil quinientos veinte — con margen de error, naturalmente, que nunca he sabido con exactitud la fecha y al hacer el cálculo he desestimado los bisiestos — son los días que hace, más o menos, ya digo, que me trajeron a esta casa.
Era el mes de agosto del año siguiente al que yo nací. Tenía quince meses y ahora tengo… si quiere saberlo moléstese.
Nunca he vivido en otra parte. En mi documento de identidad mi domicilio siempre ha sido este.
Hoy es domingo, igual que eran domingo los domingos de cuando era niña y mi padre se sentaba por las mañanas en el cuarto de estar y leía, en voz alta, libros de espiritismo que mi madre escuchaba
Papeles
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Code: | 2308064990380 |
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Date: | Aug 6 2023 20:04 UTC |
Author: | Trinidad Bustos |
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo. No tengo formación académica.