About the work
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Que tenía que seguir llamándola así porque ese era el único detalle que era capaz de recordar de toda su persona (ver apunte); eso y el paraguas — pero el paraguas era de esos de tipo Burberry, de cuadros que resultan todos iguales — y, pero muy vagamente, cómo daba un beso en la mejilla a aquel hombre bien plantado del traje azul.
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Apunte:
La señora de Ramírez (padre) me reprendió — considerando yo que podría ser una buena idea para abrir un diálogo; que los diálogos dan mucho juego en las novelas — por “esa mala costumbre que usted tiene” de no hacer descripciones; porque nos podría haber ayudado mucho, según ella, conocer con un cierto detalle su estatura, y el color de sus ojos y de su pelo y de sus labios.
Pero sólo es una idea de la que de momento mejor no decir nada, no sea que la pobre señora se haga la ilusión de que le voy a dar un personaje y luego se lleve un disgusto porque se me ocurre algo más interesante y resulta que no. Además, no tengo yo nada claro que me vaya a apetecer dedicar páginas y páginas a ese tipo de detalles tan superfluos.
O lo mismo hasta se me olvida haber hecho estos planes, porque, con el lío de papeles que me traigo…
Aunque siempre tengo la esperanza, cuando me dejo las cosas tan en el aire, de que en algún momento y abriendo archivos aquí y allá al buen tuntún a ver cómo enlazar algo con algo me encontraré con estas líneas en rojo y, entonces…
Bueno, ahora sigo con lo que iba; y cuando lo pase a limpio ya quitaré esta especie de chuletilla y todo quedará en orden y en el Times New Román 14 azul oscuro que siempre utilizo.
Si no es que me termino volviendo loco; que quién me mandaría a mí meterme en… Pero, bueno…
Ramírez, en su buena voluntad de colaborar — siempre tendré que estarle, resulten las cosas como resulten, agradecido por cuánto me ayudó a salir de atolladeros en momentos algunos francamente complicados —, y posiblemente para que no cundiese el desánimo , apuntó con cierta viveza que, bueno, Cofee & Shops era una especie de franquicia y había muchos que podían recordar unos a otros; que si nos dábamos una vuelta encontraríamos quizás a la chica en otro…
– Cariño, qué inocentón eres — replicó Sonia sin inmutarse —; los niños de ahora saben latín…
– ¿No habíamos quedado en que en nuestra familia no somos gente de letras?
– Si te lo vas a tomar todo tan al pie de la letra…
– Tres velocidades — el crío.
– Vale — Sonia, agarrándolo de la mano y echando a andar.
Y nos recorrimos todos los Cofee & Shop, preguntando en cada uno dónde quedaba el más próximo; pero de la chica de las botitas — rojas, con vueltas de piel — no encontramos el menor rastro o, si lo encontramos, no lo supimos reconocer como indicio de aquella joven que tal vez hubiese cambiado mucho con el paso del tiempo porque…
La señora de Ramírez — no voy a seguir especificando a cada paso que de Ramírez padre; a partir de ahora queda establecido que cada vez que escriba “señora de Ramírez” me estoy refiriendo a la madre (o suegra, claro, según se mire) — quiso, posiblemente por ganas de mortificarme volviendo a la carga de la mucha culpa que estaba teniendo de todos nuestros males el hecho de que fuera yo tan poco descriptivo, saber cuánto tiempo había trascurrido desde aquello…
– Porque, vamos a ver — dijo, por tanto —, ¿tiene usted más o menos noción de si se trata de un periodo de tiempo corto o largo?
– Pero, Celedonia — terció su esposo, que (pensé) bien podía haber terciado mucho antes —, corto o largo son conceptos muy ambiguos; y el tiempo relativo . Date cuenta de que un terremoto de cuarenta segundos es angustiosamente largo, mientras que un mes de vacaciones en algún lugar agradable parece muy corto.
– No sé — respondió ella, en tonillo algo ácido —; como nunca he tenido la suerte de vivir unas vacaciones así…
– También la has tenido — apuntó el esposo — de no vivir un terremoto.
– De acuerdo — cedió doña Celedonia, de mala gana —, váyase en tal caso lo uno por lo otro y sigamos con lo que estábamos.
– ¿Con qué estábamos? — Me preguntó Sonia.
– Con la fisioterapeuta llorando a moco tendido — Repuse consultando la factura.
Versaciones
Selección Celedonia
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo. No tengo formación académica.