El bodegón de las perdices
Alicia Bermúdez Merino
Madrid - Spain
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https://valentina-lujan.es/E/El%20bodeg%C3%B3n%20de%20las%20perdices.pdf

Lo habíamos intentado todo, desde retirarlo hasta

sustituirlo hasta, pasando por darle la vuelta y ponerlo de

cara a la pared, llegar a plantearnos muy seriamente el

taparlo; pero fueron, todas estas y otras muchas de las que

se le fueron ocurriendo a los miembros más aguerridos de las

sucesivas generaciones, soluciones cuya impracticabilidad

había empezado a tomar cuerpo como posibilidad muy en

embrión, a largo plazo, de forma un tanto casual un día de

invierno en que se habían reunido felizmente... «o no tan

felizmente si vamos a ser sinceros» — y la tía Rimalda sonrió

con un encogimiento de hombros como diciendo «pero qué se

va a hacer» — aunque sí satisfechos todos de la buena

gestión que cada cual, por cierto, dijo, se atribuía — y la gran

princesa Nibarunda barrió con una mirada circular el salón

levantando un poquito las cejas, movió levemente la cabeza a

ambos lados y, tras exhalar un breve suspiro, musito «eso

pasa con frecuencia» y que qué iba nadie a contarle a ella —,

llevada a cabo para conseguir, a base de un verdadero

derroche de diplomacia y mano izquierda, que unos y otros se

aviniesen a soslayar sus respectivas dificultades anulando o

posponiendo compromisos y citas consignados en las

respectivas agendas.

Era un ritual, contó, que se celebraba desde muy

antiguo y todos los asistentes se mostraban de acuerdo en

que estaba bien «es agradable después de todo — repetía la

detectora implacable de carcomas sistemáticamente, sin

omitir jamás su sonrisita bobalicona ni modificar una sola

palabra de una vez para otra — esto de verse, aunque sea de

tarde en tarde, y comentar, cambiar impresiones y, si sobra

tiempo, charlar un poquito de esto y de lo otro»; era muy

grato, sí, estar juntos, corroborándolo cada cual con sus

propios tópicos acuñados desde tiempo inmemorial.

Sobró tiempo, dijo, sin embargo; sobró tiempo y

todo el mundo lo achacó a que al faltar don Diocleciano —

fallecido meses atrás en circunstancias que dijo la prima

viuda del conde de la Calzada no iban al caso encareciendo,

eso sí, cuánto había que celebrar lo muy poquito que había

sufrido porque no le dio tiempo a enterarse de nada y

añadiendo, tras suspirar muy profundamente y llevarse a los

ojos la servilletita de té «¿quién tuviera una muerte tan

dulce?», y que Dios lo tuviese en su gloria tan hablador y tan

dicharachero y tan simpático — las frases que no pudo decir...

Etiqueta: De entre los papeles de un baulito chino

Categoría: Localizaciones (Una tal Melibea)

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Code: 1012278145207
Date: Dec 28 2010 11:42 UTC
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Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo. No tengo formación académica.

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