About the work
https://valentina-lujan.es/L/larayaenelsue.pdf
que, como ya se dijo en su momento y todo el mundo tendría que recordarlo, dijo el director, de memoria en el caso ―tan frecuente por cierto por culpa en primer caso de las prisas y, en caso segundo que no mencionó por delicadeza y porque era todo un caballero, de que la señorita Estefanía era una suplente absolutamente fiable, sí, y muy cumplidora, pero tenía un poco de frenillo y se la entendía bastante mal― de que los apuntes resultaran ilegibles porque, en caso contrario o si por un descuido se echaba mano de la azul, habría que buscar otro sitio al perchero o cambiar la bombilla y que a ver entonces, dijo también dándose caviloso tironcitos del bigote entrecano, por dónde salíamos al mirador del tercer piso que, si bien en su opinión hubiera resultado más práctico que fuese el dormitorio de estilo (no quiso concretar cuál por, según explicó, evitar el tener que aprendernos datos superfluos que podrían desviarnos de nuestro objetivo principal, pero que con ver las columnas salomónicas de la cama con dosel se localizaba enseguida) del barón de Montesbrumosos de la segunda planta que, sí, y él lo reconocía, tenía una ventana bastante pequeña, pero “¿qué puede importar eso?” ―exclamó, mesándose ahora la barba, entrecana también― si no íbamos, según nos avanzó aunque con la advertencia de que no sirviese de precedente, a deleitarnos con vista alguna de prado ninguno sino a asar unos boniatos al horno para lo que el bargueño en el que guardaba las cartas ―“el aristócrata sí, ¿quién si no?” dijo en tono impaciente, y que es que no atendíamos― resultaría sencillamente perfecto a muy poquita imaginación que se le echase “pero no bellotas”, y que nadie se le despistara porque desde que faltase el Rosado lo que las de Calzada tenían eran conejos pero, no deseando en absoluto ser causante de que Adosinda, tan sensible, tuviera un brote de cuperosis si se disgustaba, y más cuando ella había tenido la gentileza de ceder y avenirse a consentir en que fuese carboncillo y sólo el busto del emperador Diocleciano pero, “conste que os lo estoy advirtiendo”, y en eso tenía toda la razón aunque en otras muchas no o bastante menos, convenía llevar un babi porque mancha un montón, no tenía él mayor inconveniente en que los arneses se colgaran en cualquier otra parte o incluso se prescindiese de ellos o se sustituyesen por un cenicero o la Biblia o una bandeja de bartolillos, que no necesitan percha ninguna aunque, en un aparte sólo con los de su círculo más íntimo, confesó que en realidad había accedido al cambio porque a él, personalmente y sin dejar de reconocer que algunas eran bonitas, no era la acuarela la técnica pictórica que más le gustaba.
Fin
de la versación de un chupaplumas a la que, de forma un tanto caprichosa o arbitraria, vamos a denominar “Versación número uno”, sin perjuicio de que pueda existir alguna otra versación con igual título, que como ya sabe todo el mundo lo que son los chupaplumas y lo que cabe esperarse de ellos no debe descartarse por completo que bien aunque para mal pudiera ocurrir; pero si usted, querido lector, una vez se encuentre frente al esquema, que no tiene perdida ― que lo pone bien clarito arriba “Versaciones de un chupaplumas” y salta a la vista que es un esquema de los de toda la vida― sigue los pasos pertinente llegará a este fin sin el menor tropiezo.
Comments
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.