About the work
https://valentina-lujan.es/m/manzanares.pdf
Es el pueblo donde nació mi padre y al que no he regresado desde que hace más de treinta años murió la tía Felipa, que era su hermana mayor y también mi madrina.
Pero de niña sí iba mucho, todos los veranos a una casa muy grande que estaba en el número 6 de la calle de la Pólvora; y sigue estando, imagino, aunque el nombre de la calle lo cambiaron hace muchísimos años por el de Jacinto Benavente, y el número 6 por el 18.
Una casa muy grande pero de distintas familias ― aunque las unas con las otras lo eran, entre sí ―, porque antes, por lo visto, en la Mancha había esa costumbre de ser dueño de lo que se llamaba “una parte de casa” y, cuando ibas por la galería de arriba, si te habían mandado a buscar algo en una de las habitaciones de la tía Ángela, por ejemplo, pasabas por delante de puertas que unas eran de ella y otras no.
La tía Ángela era la mujer del tío Pepe, pero ni él ni sus hermanos, Pepa, Mari, Bárbara y Fernando, eran de verdad mis tíos aunque yo los llamara así. Hubieran sido, en todo caso, primos si hubiesen sido hijos de la tía Felipa en lugar de hijastros; es decir, hijos que su segundo marido ― un señor viudo con el que se había casado después de quedarse viuda ella del primer marido suyo, con el que había tenido un hijo que murió muy niño y yo no llegué a conocer ― llevaba cuando se casaron. Este segundo marido, que sí conocí aunque muy poco tiempo, era el tío José.
Mis padres me mandaban a pasar los veranos con ella, la tía Felipa, que tenía en la planta baja de la casa su parte consistente en dos habitaciones con techos artesonados, muy altos, y una cocina en la que solamente la vi cocinar alguna vez dulces o cualquier otra cosa de capricho porque la vida la hacíamos siempre en casa de la Pepa, que era la más pequeña de los hermanos y la única que siempre le llamó madre, que los otros, ya adultos cuando se convirtió en su madrastra, tomaron la costumbre de llamarla tía; aunque no es que la quisieran menos, que yo siempre vi que la trataban muy bien, con mucho respeto, y que la cuidaron con cariño hasta el último momento de su vida.
En el dormitorio, en el que había una cama grande de hierro y muy poquito más, tenía un armario con puerta de una sola hoja y una luna grande con columnas salomónicas a los lados y, recuerdo, era pleno invierno cuando ― por entonces yo era ya una jovencita ― murieron su hermana Josefa y el primo Manolo en un accidente de carretera y fuimos, mis padres y yo, para el entierro.
A la hora de ir a la misa de cuerpo presente, alguna de las tías, Pepa o Bárbara o Mari, necesitó un abrigo negro que no tenía y fue al armario de la luna grande y columnas salomónicas y se puso uno de ella.
Cuando la tía la vio en la iglesia con su abrigo se puso roja y muy acelerada, preguntando a alguna de las otras porque aquella llevaba su abrigo:
- Y yo qué sé, tía ― le contestó por lo bajo ―; pero qué más da.
- ¡Cómo que qué más da! ― replicó ella, también por lo bajo.
-Sí, ¿qué pasa porque se lo haya puesto?
-Pues… que tengo yo cosidas mil pesetas en cada hombrera.
Porque tenía esas cosas, la tía Felipa ― esas manías y algunas otras de esas que tienen, o tenían, antes en los pueblos, o en algunos, algunas personas viejas ―; y un temperamento no poco áspero y un carácter bastante brusco y unos gestos tan casi nada afectuosos que hacían impensable, por ejemplo, imaginar siquiera que pudiese haber una sola mañana en que, cuando me mandaba sentar para hacerme las trenzas junto a la palmera grande que había en el centro del patio, fuese a no darme alguno, aunque hubiera sido nada más alguno, de aquellos tirones que me hacían, casi, casi, saltar las lágrimas.
Pero a mí me quería; tal vez porque era la única persona de su sangre que había en la casa, a su manera, quizás visceral, me quería. Y, porque yo sabía que me quería, los recuerdos que conservo...
28 de noviembre de 2013
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Code: | 2403307526026 |
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Date: | Mar 30 2024 13:38 UTC |
Author: | Valentina Luján |
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo. No tengo formación académica.