About the work
https://valentina-lujan.es/R/regresoargos.pdf
Que entonces (1982) no se llamaba Argos. No tenía un nombre que estuviese digamos acuñado, un nombre por el que fuera conocido o pudiera buscarse en un Internet que aún no existía, si bien, en puridad, a día de hoy (2018) y existiendo hace ya algunos lustros internet sigue sin encontrársele, y si se teclea Argos en Google salen consultores, asesores, cafeterías, una óptica, pero Argos, Argos lo que se dice Argos nuestro Argos, no aparece por ninguna parte.
Que, bueno, sí que tenía un nombre, en realidad, aunque también en realidad nadie lo conocíamos, o casi nadie; lo sé ― el nombre y que casi nadie lo sabía ― porque en una ocasión alguien preguntó si no teníamos nombre, y alguien le contestó que ADATY.
A.D.A.T.Y, así, que recuerdo haberlo visto escrito alguna vez, y también, recuerdo, que eran las siglas de… Pero lo recuerdo mal, o regular, porque la segunda A no tengo claro si hacía referencia a “adaptación” o a “asimilación”; el resto sí, pero para decir inexactitudes mejor lo dejo así, sin desmenuzar.
Lo conocíamos como “Altamirano”, y si en la calle te cruzabas con alguien que iba o que venía te decía o le decías “vengo de Altamirano” o “voy a Altamirano”.
Altamirano era un primer piso, o quizás más concretamente entreplanta, interior de no llegaría a 100 m2 con moqueta azul raída y un pasillo largo con paneles ― como de formica o algo así ―que habían dividido al parecer lo que con anterioridad fuesen las distintas estancias de unas oficinas y que luego, entonces, cuando ya era Altamirano, ahí seguían, delimitando lo que había pasado a ser dos despachos, dos vestuarios, una sala de trabajo (llamada “la grande”) a mano izquierda y otra (llamada “la pequeña”) a mano derecha; pero la pequeña apenas se utilizaba, casi nadie iba a ella, y terminó desapareciendo cuando tras una “remodelación” (la moqueta siguió igual de azul e igual de raída) los despachos se cambiaron de sitio y lo que había sido (creo) vestuario de caballeros se anexionó la que había sido la grande y, ahora, era pues más grande.
La nueva distribución tenía el encanto añadido de que tanto la sala como los despachos daban a un patio de luces estrecho (puede que de no más de un metro) por el que, en las últimas horas de la tarde de primavera y verano, con las ventanas abiertas, nos llegaba puntual y precisa información de las discusiones de la vecina de enfrente con sus vástagos, y de qué iba a darles de cenar (por el olor) y porque oíamos cómo batía huevos con ese ritmo regular y enérgico con el que baten huevos todas las amas de casa como Dios manda que han sido de toda la vida de Dios amas de casa.
A esas mismas horas, las últimas de la tarde ―en toda estación, ahí no hacía falta esperar a primavera ni a verano ― se apreciaba bastante menos la moqueta azul y lo raída que estaba; en realidad apenas si se veía de tan abarrotado como estaba el pasillo, que no cabía una aguja, envuelto en la encantadora (y acogedora) humareda de los cigarrillos de los que, en corro en derredor de Romualdo ― o de cualquier otro, si bien en verdad el que más escuchantes congregaba era Romualdo ―se enteraban (nos enterábamos) de historias prodigiosas del descubrimiento de América, o de los griegos y de los romanos, o de los atlantes y las Atlántidas…
Hoy Argos ya es Argos, y lo conocemos como Argos ―aunque en Internet no se lo encuentre cuando en Google se teclea Argos ―. Y es amplio y bonito y mejor iluminado. Y ya no escuchamos a la vecina departir con sus vástagos ni batir huevos para las tortillas francesas de la cena sino que, por la parte alta de las ventanas desde la que entra la claridad de la calle, se ven las piernas de los transeúntes de manera que siempre, desde que he llegado, me hace pensar no sé por qué el Mito de la Caverna, si bien, y tampoco sé por qué (o sí, pero eso no voy a explicarlo), pienso que los que están en la caverna son los de fuera.
Escribo “desde que he llegado” en lugar de “llegué” porque, a diferencia de todos los demás que sí llegaron hace ya unos años (quince, creo) y se fueron habituando poco a poco a los cambios y a través de los diferentes traslados ― Martín Machío, pero sólo fui un par de veces, separadas, de forma ocasional y no tengo vivencias ni recuerdos ― he llegado hace nada más unos meses.
Es quizás por eso que recuerdo con nostalgia Altamirano; pero imagino que eso es normal, que también cuando llegué (ahora si encaja llegué, hace treinta y siete años) otros recordaban Huertas ―que cómo sería Huertas, para que saliesen ganando con el traslado ―con la misma nostalgia…
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Code: | 2310065496969 |
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Date: | Oct 6 2023 20:07 UTC |
Author: | Alicia Bermúdez Merino |
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo. No tengo formación académica.