Innato o aprendido en el que no me voy a detener
07/15/2024
2407158658592

About the work

https://valentina-lujan.es/Z/innatoapre.pdf
en el que no me voy a detener porque como dice mi amigo ya tengo “con lo que te espera por delante tajo suficiente” como para poderme permitir el lujo de no tener que meterme (so pretexto tan socorrido siempre para el escritor como lo es el hurgar en los pasados de sus criaturas en busca de quién sabe qué viejas, emponzoñadas heridas sin cerrar que justifiquen caracteres conflictivos o aspectos, a veces tan detestables, de personalidades que no habiendo encontrado por el recto camino la manera de expresarse derivan, de manera inconsciente, hacia formas de proceder muy perniciosas) en filosofías y menos ahora, precisamente ahora que había logrado recordar y sin esfuerzo alguno tras largas semanas de infructuosa lucha, cuando regresaba anteayer en el autobús a media tarde de comprar unos útiles de bricolaje y, al mirar por la ventanilla, toparon por casualidad mis ojos con unos geranios color rosa que me obligaron a, sobresaltado, bajarme en la parada siguiente para tomar el metro e ir a regar los tiestos de mi tía ― que me había recomendado que no se me olvidase cuidárselos mientras hacía un pequeño crucero por las islas griegas ni poner, eso me lo recomendó sobremanera, su agua y su comida al periquito ― tras diez o doce días de irlo dejando ora y entre tantas preocupaciones, ¿verdad?, como todos tenemos por una cosa ora por otra pero con la tranquilidad de que, desconfiando de mi mala cabeza, el animal estaba en mi casa, en su jaula, perfectamente atendido con su cotidiana ración de semillas y su agua siempre fresca…
¿Por qué me había, en tal caso ― querría saber mi amigo, que se pone a veces muy exigente con los detalles; pero preferí imaginar que ya discurriría una razón irrefutable en cualquier otro momento en que estuviese menos excitado o, al menos, no tan inspirado como para no tener meridianamente claro que lo peor que podía hacer ante situación tan venturosa era perder la serenidad ― sobresaltado?
Las respuestas podrían ser múltiples y variadas, pero la que ganó frente a argumentos no menos fútiles que la en extremo peregrina idea de que mi tía ― mujer de temperamento adusto que jamás sintió el menor interés por visitar las islas griegas ― amase (por no entrar en pormenores ni caer en la tentación de ensañarnos dando cuenta de cuánto hubo de sufrir el buen hombre, que era un bendito aunque de escasos posibles pero la adoraba pese a que el abuelo lo había advertido “usted verá, pero tiene un temperamento horrible”, durante las cuatro décadas que se demoró Dios en llamarlo a su diestra) los periquitos fue, contra por un lado todo pronóstico y mi voluntad por otro, algo tan del todo extravagante como que ya tenía ― “¡Pero, coño! ¿Es que no lo ves?”, me gritó ― la solución al porqué de no poder terminar de encauzar lo que venía diciendo cuando, por cualesquiera de las diversas variopintas circunstancias aleatorias que pudiéranse por ventura o desventura terciar o por cualquier otra que no acertase yo a prever, alguien se había equivocado de mujer.
Traté por todos los medios de persuadirlo de que eso era impensable porque si tal hubiese ocurrido, Lola, que lo repasa todo antes de enviarlo a la imprenta, se habría dado cuenta y la vuelta, un giro de ciento ochenta grados al relato, de manera que las mujeres, todas nuestras mujeres, fuesen tan diferentes — poniendo a cada una su estatura, color de pelo y ojos, atuendo y compostura (o descompostura, porque las hay descaradas e incluso libertinas y hasta descocadas aunque estaba yo seguro de que en el caso de las nuestras — salvo Sonia, quizás, que con lo del pelo mojado por la lluvia en un día del todo despejado me tiene sumido en profundísimo desconcierto — no era el caso) que no quedara ninguna posibilidad de error.
– ¿Y qué me dices — va y me contesta él, a quemarropa — de doña Gardenia?
– ¿Doña Gardenia?
– Sí, sí, doña Gardenia; y no te hagas el desentendido, llamándola Indalecio puta por la ventana abierta, Lola se acordará; e Indalecio, tan bien criado que está por tu tía que se educó en las monjas…
– Sí, pero el pobrecillo qué sabe; se lo oyó decir a los albañiles y lo repitió como un loro.
E insistí e insistiría hasta la saciedad en que doña Gardenia no es de las nuestras aunque, y que en eso no lo contradije por no desviarnos del asunto que tratábamos, mi tía no se educó en las monjas; y sí es de las nuestras.

Literary: Other
papeles
prosa
Shown in

Copyright registered declarations

Eloy Acuerdo
Author
Consolidated inscription:
Attached documents:
0
Copyright infringement notifications:
0
Contact

Notify irregularities in this registration

Creativity declaration

100% human created

Declaration Date: Jul 15, 2024, 9:54 AM

Identification level: Low

Fictional content

Declaration Date: Jul 15, 2024, 9:54 AM

Identification level:
Low
Print work information
Work information

Title Innato o aprendido en el que no me voy a detener
https://valentina-lujan.es/Z/innatoapre.pdf
en el que no me voy a detener porque como dice mi amigo ya tengo “con lo que te espera por delante tajo suficiente” como para poderme permitir el lujo de no tener que meterme (so pretexto tan socorrido siempre para el escritor como lo es el hurgar en los pasados de sus criaturas en busca de quién sabe qué viejas, emponzoñadas heridas sin cerrar que justifiquen caracteres conflictivos o aspectos, a veces tan detestables, de personalidades que no habiendo encontrado por el recto camino la manera de expresarse derivan, de manera inconsciente, hacia formas de proceder muy perniciosas) en filosofías y menos ahora, precisamente ahora que había logrado recordar y sin esfuerzo alguno tras largas semanas de infructuosa lucha, cuando regresaba anteayer en el autobús a media tarde de comprar unos útiles de bricolaje y, al mirar por la ventanilla, toparon por casualidad mis ojos con unos geranios color rosa que me obligaron a, sobresaltado, bajarme en la parada siguiente para tomar el metro e ir a regar los tiestos de mi tía ― que me había recomendado que no se me olvidase cuidárselos mientras hacía un pequeño crucero por las islas griegas ni poner, eso me lo recomendó sobremanera, su agua y su comida al periquito ― tras diez o doce días de irlo dejando ora y entre tantas preocupaciones, ¿verdad?, como todos tenemos por una cosa ora por otra pero con la tranquilidad de que, desconfiando de mi mala cabeza, el animal estaba en mi casa, en su jaula, perfectamente atendido con su cotidiana ración de semillas y su agua siempre fresca…
¿Por qué me había, en tal caso ― querría saber mi amigo, que se pone a veces muy exigente con los detalles; pero preferí imaginar que ya discurriría una razón irrefutable en cualquier otro momento en que estuviese menos excitado o, al menos, no tan inspirado como para no tener meridianamente claro que lo peor que podía hacer ante situación tan venturosa era perder la serenidad ― sobresaltado?
Las respuestas podrían ser múltiples y variadas, pero la que ganó frente a argumentos no menos fútiles que la en extremo peregrina idea de que mi tía ― mujer de temperamento adusto que jamás sintió el menor interés por visitar las islas griegas ― amase (por no entrar en pormenores ni caer en la tentación de ensañarnos dando cuenta de cuánto hubo de sufrir el buen hombre, que era un bendito aunque de escasos posibles pero la adoraba pese a que el abuelo lo había advertido “usted verá, pero tiene un temperamento horrible”, durante las cuatro décadas que se demoró Dios en llamarlo a su diestra) los periquitos fue, contra por un lado todo pronóstico y mi voluntad por otro, algo tan del todo extravagante como que ya tenía ― “¡Pero, coño! ¿Es que no lo ves?”, me gritó ― la solución al porqué de no poder terminar de encauzar lo que venía diciendo cuando, por cualesquiera de las diversas variopintas circunstancias aleatorias que pudiéranse por ventura o desventura terciar o por cualquier otra que no acertase yo a prever, alguien se había equivocado de mujer.
Traté por todos los medios de persuadirlo de que eso era impensable porque si tal hubiese ocurrido, Lola, que lo repasa todo antes de enviarlo a la imprenta, se habría dado cuenta y la vuelta, un giro de ciento ochenta grados al relato, de manera que las mujeres, todas nuestras mujeres, fuesen tan diferentes — poniendo a cada una su estatura, color de pelo y ojos, atuendo y compostura (o descompostura, porque las hay descaradas e incluso libertinas y hasta descocadas aunque estaba yo seguro de que en el caso de las nuestras — salvo Sonia, quizás, que con lo del pelo mojado por la lluvia en un día del todo despejado me tiene sumido en profundísimo desconcierto — no era el caso) que no quedara ninguna posibilidad de error.
– ¿Y qué me dices — va y me contesta él, a quemarropa — de doña Gardenia?
– ¿Doña Gardenia?
– Sí, sí, doña Gardenia; y no te hagas el desentendido, llamándola Indalecio puta por la ventana abierta, Lola se acordará; e Indalecio, tan bien criado que está por tu tía que se educó en las monjas…
– Sí, pero el pobrecillo qué sabe; se lo oyó decir a los albañiles y lo repitió como un loro.
E insistí e insistiría hasta la saciedad en que doña Gardenia no es de las nuestras aunque, y que en eso no lo contradije por no desviarnos del asunto que tratábamos, mi tía no se educó en las monjas; y sí es de las nuestras.
Work type Literary: Other
Tags papeles, prosa

-------------------------

Registry info in Safe Creative

Identifier 2407158658592
Entry date Jul 15, 2024, 9:54 AM UTC
License All rights reserved

-------------------------

Copyright registered declarations

Author. Holder Eloy Acuerdo. Date Jul 15, 2024.


Information available at https://www.safecreative.org/work/2407158658592-innato-o-aprendido-en-el-que-no-me-voy-a-detener
© 2025 Safe Creative