Los curas de Oquendo - 2
06/24/2024
2406248369462

About the work

http://valentina-lujan.es/T/aborefervor.pdf
Esta madrugada ― 18 de mayo de 2008 ― oí, mientras ponía la comida, maullidos insistentes que entendí me llegaban del patio.
Pensé que la puerta, la cancela, estaría cerrada con llave y que, además, al ser domingo, tal vez no la abriesen en todo el día.
Continué con mi ronda habitual y, unos tres cuartos de hora después, cuando volví por ver si habían cesado, continuaban más lastimeros e insistentes y, la gata blanca y negra, que había parido en los primeros días de abril, me enseñó los dientes.
Supe entonces, con seguridad, que el gato estaba allí, y que era muy pequeño.
Eran para entonces algo más de las seis pero, aunque en este tiempo ya empieza a clarear, me felicité por mi buena idea de llevar siempre conmigo la linterna; así que rodeé el solar tapiado que hace esquina y caminé hasta la puerta de la cancela.
Para mi sorpresa no estaba cerrada con llave y, caminando de puntillas para que no me oyeran, llegué hasta la escalera metálica y, allí estaba, negro, muy pequeño y muy desesperado, pegando gritos y arañando la pared de unos… cuatro, o cinco metros de alta por ese lado.
Cuando llegué a casa eran las seis y media.
Llamé a Pedro, la única persona que podría ayudarme, pero en su móvil saltaba el buzón de voz y le dejé un mensaje “siento molestarte; a lo mejor ni siquiera estás en Madrid, pero hay un gato en el patio de la iglesia y necesito que me ayudes para manejar la escalera de mano y, más difícil todavía, enfrentarme a los curas”; llámame, por favor”.
Lo intenté un poco más tarde y allí seguía el buzón…
Cuando fueron las siete y cuarto me armé de valor y llamé al fijo.
Pedro contestó en seguida. En alguna ocasión me comentó que duerme poco y… allí estaba, dijo, escuchando ópera sentado en su salón.
No tardó mucho, pero vive lejos, y cuando quisimos llegar con la escalera eran algo más de las ocho.
Había pasado nada más hora y media; la prensa enrollada aún estaba en el suelo arrojada, se notaba, por los repartidores que se recorren el barrio, y otros barrios supongo, con música puesta a todo meter y a una velocidad como de locos.
Así que a la calle no habían salido.
Pero, nada más traspasar la cancela, eché de menos los maullidos.
Corrí hasta las escaleras, me asomé, y el gato no estaba.
No estaba el gato, por ninguna parte; y el patio es demasiado hondo, incluso por la parte en que el muro es menos alto, para que la madre lo hubiera podido saltar – hacia arriba, sobre todo, con el gatillo en la boca.
¿Cómo era posible?
Pedro dijo “lo habrán cogido los curas”.
Yo dije que eso no podía ser porque la ventana de junto al suelo tiene barrotes.
“Sí, pero mira ― dijo ― como tiene esas bisagras; y puede abrirse”.
Nunca me había dado cuenta de que los barrotes pudieran abrirse y, tal vez porque los que se han caído en otras ocasiones ― o de los que yo he sabido, al menos ― eran gatos mayores y no se atrevieron con ellos esperaron a que, aún teniendo que escuchar sus amenazas de “esto se va a acabar”, fuera yo a recogerlos.
Pero un gato pequeño es otra cosa, más manejable, y conozco personas, y personas que conocen a personas que dicen que otras personas dijeron…; y yo misma conozco a los curas que, antes, cuando iba yo más pronto, a las once o doce de la noche, me increpaban y me echaban agua con una manguera.
Así que no podíamos hacer nada…
A las nueve y media, después de dar una vuelta a Sánchez, me he metido por fin en la cama.
No he podido dormir nada más que a trompicones; un sueño sobresaltado e inquieto en el que veía, nada más, el gato negro y tan pequeño que arañaba la pared...

Literary: Other
prosa
papeles
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Lola
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Title Los curas de Oquendo - 2
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Esta madrugada ― 18 de mayo de 2008 ― oí, mientras ponía la comida, maullidos insistentes que entendí me llegaban del patio.
Pensé que la puerta, la cancela, estaría cerrada con llave y que, además, al ser domingo, tal vez no la abriesen en todo el día.
Continué con mi ronda habitual y, unos tres cuartos de hora después, cuando volví por ver si habían cesado, continuaban más lastimeros e insistentes y, la gata blanca y negra, que había parido en los primeros días de abril, me enseñó los dientes.
Supe entonces, con seguridad, que el gato estaba allí, y que era muy pequeño.
Eran para entonces algo más de las seis pero, aunque en este tiempo ya empieza a clarear, me felicité por mi buena idea de llevar siempre conmigo la linterna; así que rodeé el solar tapiado que hace esquina y caminé hasta la puerta de la cancela.
Para mi sorpresa no estaba cerrada con llave y, caminando de puntillas para que no me oyeran, llegué hasta la escalera metálica y, allí estaba, negro, muy pequeño y muy desesperado, pegando gritos y arañando la pared de unos… cuatro, o cinco metros de alta por ese lado.
Cuando llegué a casa eran las seis y media.
Llamé a Pedro, la única persona que podría ayudarme, pero en su móvil saltaba el buzón de voz y le dejé un mensaje “siento molestarte; a lo mejor ni siquiera estás en Madrid, pero hay un gato en el patio de la iglesia y necesito que me ayudes para manejar la escalera de mano y, más difícil todavía, enfrentarme a los curas”; llámame, por favor”.
Lo intenté un poco más tarde y allí seguía el buzón…
Cuando fueron las siete y cuarto me armé de valor y llamé al fijo.
Pedro contestó en seguida. En alguna ocasión me comentó que duerme poco y… allí estaba, dijo, escuchando ópera sentado en su salón.
No tardó mucho, pero vive lejos, y cuando quisimos llegar con la escalera eran algo más de las ocho.
Había pasado nada más hora y media; la prensa enrollada aún estaba en el suelo arrojada, se notaba, por los repartidores que se recorren el barrio, y otros barrios supongo, con música puesta a todo meter y a una velocidad como de locos.
Así que a la calle no habían salido.
Pero, nada más traspasar la cancela, eché de menos los maullidos.
Corrí hasta las escaleras, me asomé, y el gato no estaba.
No estaba el gato, por ninguna parte; y el patio es demasiado hondo, incluso por la parte en que el muro es menos alto, para que la madre lo hubiera podido saltar – hacia arriba, sobre todo, con el gatillo en la boca.
¿Cómo era posible?
Pedro dijo “lo habrán cogido los curas”.
Yo dije que eso no podía ser porque la ventana de junto al suelo tiene barrotes.
“Sí, pero mira ― dijo ― como tiene esas bisagras; y puede abrirse”.
Nunca me había dado cuenta de que los barrotes pudieran abrirse y, tal vez porque los que se han caído en otras ocasiones ― o de los que yo he sabido, al menos ― eran gatos mayores y no se atrevieron con ellos esperaron a que, aún teniendo que escuchar sus amenazas de “esto se va a acabar”, fuera yo a recogerlos.
Pero un gato pequeño es otra cosa, más manejable, y conozco personas, y personas que conocen a personas que dicen que otras personas dijeron…; y yo misma conozco a los curas que, antes, cuando iba yo más pronto, a las once o doce de la noche, me increpaban y me echaban agua con una manguera.
Así que no podíamos hacer nada…
A las nueve y media, después de dar una vuelta a Sánchez, me he metido por fin en la cama.
No he podido dormir nada más que a trompicones; un sueño sobresaltado e inquieto en el que veía, nada más, el gato negro y tan pequeño que arañaba la pared...
Work type Literary: Other
Tags prosa, papeles

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Identifier 2406248369462
Entry date Jun 24, 2024, 12:56 PM UTC
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Author. Holder Lola. Date Jun 24, 2024.


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