Apartó el visillo beige que cubría la ventana del salón y dirigió su mirada al edificio de enfrente. Tras la contraventana marrón, que quedaba dos pisos más abajo que el suyo, se ocultaba la única visión que le proporcionaba un poco de alegría. Miró el reloj de madera de castaño del salón que marcaba las ocho y veinticinco. Ya no tardaría en abrirse la ventana, pensó.
Fuera la penumbra había comenzado a cubrir las calles y las acacias y los plataneros anunciaban el final del verano con sus