La chica de los girasoles

11/25/2017 1711254933097

Hoy me acordé de ti. No sé por qué. Tal vez porque es verano, hace calor y es época de girasoles. Durante mucho tiempo te vi bajar del tren tarde tras tarde, a esa hora en que la mayoría de la gente retoma su vida tras un largo día de trabajo. Seria, sola, fatigada, con aspecto de llevar sobre tus hombros cansados el peso de un mundo a punto siempre de desmoronarse. Una mujer joven todavía, ojos oscuros y profundos y cierto halo de misterio. Acostumbrada a esconder sus sentimientos. Tal vez endurecida, pero valerosa y fuerte. Eso me parecías. Aunque lo que sin duda me cautivó y, sin que jamás hubieras podido imaginarlo, me hacía buscarte cada tarde en el andén y me conmovía de un modo extraño era la sonrisa fugaz que por un instante iluminaba tu rostro cuando, antes de perderte de nuevo entre la multitud, te detenías un momento frente al pequeño puesto de flores de la estación, rebuscabas en tu bolso unas monedas y elegías con cuidado un girasol. Dorado, cálido, luminoso. Nunca ninguna otra flor. Sólo un girasol. Ardiente y bello. Luego, un día, dejé de verte. Te llamabas Cristina. Lo supe algún tiempo después, al descubrir de improviso tu fotografía bajo un texto breve y sin alma que, en la crónica de sucesos de un periódico local, hablaba de dos pequeños huérfanos, un marido arrepentido a destiempo y alguna estadística dolorosa y fría. Lloré entonces mi rabia y tu impotencia. Lloré el horror, la desesperanza, el desconsuelo... y grabada en mi recuerdo quedaste para siempre como la chica de los girasoles. La chica de la mirada herida a la que la belleza imprevista de una flor embrujada por el sol, regalaba cada tarde una esperanza y robaba una sonrisa.

  • Narrative, Essay
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Title La chica de los girasoles

Identifier 1711254933097

Entry date Nov 25, 2017 5:01 PM UTC

Hoy me acordé de ti. No sé por qué. Tal vez porque es verano, hace calor y es época de girasoles. Durante mucho tiempo te vi bajar del tren tarde tras tarde, a esa hora en que la mayoría de la gente retoma su vida tras un largo día de trabajo. Seria, sola, fatigada, con aspecto de llevar sobre tus hombros cansados el peso de un mundo a punto siempre de desmoronarse. Una mujer joven todavía, ojos oscuros y profundos y cierto halo de misterio. Acostumbrada a esconder sus sentimientos. Tal vez endurecida, pero valerosa y fuerte. Eso me parecías. Aunque lo que sin duda me cautivó y, sin que jamás hubieras podido imaginarlo, me hacía buscarte cada tarde en el andén y me conmovía de un modo extraño era la sonrisa fugaz que por un instante iluminaba tu rostro cuando, antes de perderte de nuevo entre la multitud, te detenías un momento frente al pequeño puesto de flores de la estación, rebuscabas en tu bolso unas monedas y elegías con cuidado un girasol. Dorado, cálido, luminoso. Nunca ninguna otra flor. Sólo un girasol. Ardiente y bello. Luego, un día, dejé de verte. Te llamabas Cristina. Lo supe algún tiempo después, al descubrir de improviso tu fotografía bajo un texto breve y sin alma que, en la crónica de sucesos de un periódico local, hablaba de dos pequeños huérfanos, un marido arrepentido a destiempo y alguna estadística dolorosa y fría. Lloré entonces mi rabia y tu impotencia. Lloré el horror, la desesperanza, el desconsuelo... y grabada en mi recuerdo quedaste para siempre como la chica de los girasoles. La chica de la mirada herida a la que la belleza imprevista de una flor embrujada por el sol, regalaba cada tarde una esperanza y robaba una sonrisa.

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Marta Navarro Calleja

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Nov 25, 2017


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Title La chica de los girasoles
Hoy me acordé de ti. No sé por qué. Tal vez porque es verano, hace calor y es época de girasoles. Durante mucho tiempo te vi bajar del tren tarde tras tarde, a esa hora en que la mayoría de la gente retoma su vida tras un largo día de trabajo. Seria, sola, fatigada, con aspecto de llevar sobre tus hombros cansados el peso de un mundo a punto siempre de desmoronarse. Una mujer joven todavía, ojos oscuros y profundos y cierto halo de misterio. Acostumbrada a esconder sus sentimientos. Tal vez endurecida, pero valerosa y fuerte. Eso me parecías. Aunque lo que sin duda me cautivó y, sin que jamás hubieras podido imaginarlo, me hacía buscarte cada tarde en el andén y me conmovía de un modo extraño era la sonrisa fugaz que por un instante iluminaba tu rostro cuando, antes de perderte de nuevo entre la multitud, te detenías un momento frente al pequeño puesto de flores de la estación, rebuscabas en tu bolso unas monedas y elegías con cuidado un girasol. Dorado, cálido, luminoso. Nunca ninguna otra flor. Sólo un girasol. Ardiente y bello. Luego, un día, dejé de verte. Te llamabas Cristina. Lo supe algún tiempo después, al descubrir de improviso tu fotografía bajo un texto breve y sin alma que, en la crónica de sucesos de un periódico local, hablaba de dos pequeños huérfanos, un marido arrepentido a destiempo y alguna estadística dolorosa y fría. Lloré entonces mi rabia y tu impotencia. Lloré el horror, la desesperanza, el desconsuelo... y grabada en mi recuerdo quedaste para siempre como la chica de los girasoles. La chica de la mirada herida a la que la belleza imprevista de una flor embrujada por el sol, regalaba cada tarde una esperanza y robaba una sonrisa.
Work type Narrative, Essay

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Entry date Nov 25, 2017 5:01 PM UTC
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Author. Holder Marta Navarro Calleja. Date Nov 25, 2017.


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