Anabel Toledano llega a la isla de San Nicolás, pequeña república caribeña después de la destitución del régimen sanguinario que llevaba décadas en el poder. Enseguida empieza a trabajar en el proyecto de la ONU que brinda apoyo logístico para la organización de elecciones generales. Traba amistad con varios extranjeros, en particular con Peter Aramson, agregado cultural americano que le facilita su introducción en el círculo exclusivo formado por la élite nicolense.

Cuando Anabel Toledano aterriza en San Nicolás, maravillosa isla de palmeras majestuosas, aguas cálidas turquesas y playas de arena fina, no se imaginaba que la vida en el trópico pudiera ser tan complicada. Cumplir con su misión, organizar la supervisión de las primeras elecciones democráticas después de una larga y sangrante dictadura, se convertirá en su obsesión. A lo largo del proceso se enfrentará a la pasividad de los isleños, la intromisión de las potencias extranjeras a través de sus embajadas y el rechazo del ejército temeroso de perder el control. En esta isla encantadora, la élite vive con el miedo en el cuerpo, yendo de una fiesta a otra, atiborrándose de ron o de champagne para tratar de olvidar que el mañana podría ser el último. Una minoría mulata que administra la economía manipulando a políticos y altos mandos militares, asumiendo pactos arriesgados que les permita sobrevivir, a base de chanchullos provechosos. La ascensión fulgurante de un líder carismático y el comportamiento de los candidatos próximos al antiguo régimen, empecinados en echar a perder las elecciones, desencadena una espiral de violencia que se convierte en la forma de hacer política. Sin embargo, Anabel luchará para sacar adelante el recuento de votos con la ayuda de Sandra, su compañera de trabajo en la ONU y de Peter Aramson, agregado cultural americano en Puerto Rey con el que mantendrá una relación especial y tormentosa. En San Nicolás, las puestas de sol son esplendidas y el momento de tomar un cóctel de ron al borde la piscina, o a orillas del mar Caribe. La mezcla de alcohol, calor asfixiante y lucidez melancólica provoca incertidumbre, titubeo y desconfianza. También es el momento de hacer el recuento de bajas y acordarse de la sangre derramada durante el día. Y entonces surgen las preguntas recurrentes, de las que nunca consigue librarse. ¿Merece la pena imponer lo que casi nadie parece desear? Además, ¿vale la pena tener razón?