Imagine —de momento, imaginar todavía es gratis— que escribe usted un libro. Lo suda, lo ama. Lo corrige hasta la náusea. Deshace capítulos enteros, reescribe sin parar, duda de su capacidad, de su cordura y hasta de la sintaxis española. Finalmente, entrega su criatura al mundo. ¿Y qué consigue a cambio? ¿Fama? ¿Dinero? ¿Respeto? No. Mucho peor: consigue usted un contrato. Y ahí es cuando empieza la diversión… No solo no cobra por escribir: acaba pagando, con su tiempo, energía, paciencia, autoestima y en el peor de los casos, su dinero. Bienvenido al sector editorial, donde —como en la fabulosa Las Vegas— todo el mundo gana… menos usted.
Un negocio alrededor del libro (no del autor)
Cuando un libro llega a una librería, ha pasado por muchas manos: las del corrector, maquetador, distribuidor, transportista y librero. Y, claro: todos deben ganarse el pan. Hasta ahí, impecable. El problema es que el autor, esa figura residual sin la cual el libro no existiría, se queda con hambre. ¿Paradoja? No. Sistema. Vayamos al grano. Si su libro se vende por 20 euros, usted, afortunado autor, recibirá entre 1,60 y 2 euros por ejemplar. La media suele estar en el 8% del PVP. Si goza de un contrato generoso, puede llegar al 10%. ¡Fiesta! Pero alerta porque la tendencia con los autores noveles tiende cada vez más al axioma de que: «El premio es publicar».
Y, ahora la pregunta del millón: Y los demás… ¿cuánto pillan? Aquí viene el desglose típico. Agárrese a la silla:
- Librería: 30-40%
- Distribuidora: 10-15%
- Editorial: 30-40%
- Autor: 7-10% (o el premio gordo de publicar)
O sea, usted escribe el libro… y el que pone el local con luz y mesa de novedades se lleva el triple (o más). Y no se queje, mochales. La lista de aspirantes a publicar es kilométrica y en el 95% de los casos da igual uno que otro. Así que no se me ponga tiquismiquis… que tenemos centenares de manuscritos para leeeeer.
Pero, seamos justos, antes de maldecir a los editores por maldad o por codicia, ahí va el frío dato: el 86% de los títulos publicados en España vende menos de 50 copias al año. Vuelva a leerlo: un cinco y un cero (50). ¿Y cuántos libros se publican? Pues entre 70.000 y 90.000 títulos anuales. Y recuerde: de tooooodos esos, los que no llegan a la mesa de novedades, no existen.
Pues sí: la industria editorial es un inmenso mar lleno de barquitos de papel que se hunden en silencio, sin testigos. Un océano cuyo lecho está forrado de celulosa y donde tiene las mismas probabilidades de ser leído que un mensaje en una botella. Entonces… ¿cuánto debería vender para ser un éxito? ¿En España? 3.000 modestas copias. Literalmente. No 1 millón, como en Estados Unidos. Ni 100.000, como en Francia. No. Aquí, 3.000. Spain is different (and worst).
Tarde, mal y nunca
Seamos optimistas. Supongamos que vende usted 1.000 ejemplares. ¡Enhorabuena! Está en el montón de arriba. ¿Cobra inmediatamente los 2.000 eurazos que se le adeudan? ¡Alto ahí, potrillo! Los royalties se liquidan una vez al año (sobre marzo), y con un desfase de unos 12 meses con respecto a las ventas. Vamos, que lo que vendió en abril de 2023, lo cobrará en marzo de 2024… si lo cobra.
Porque existe la mágica «reserva de derechos», un bonito eufemismo que significa: «nos guardamos un porcentaje de sus ventas por si hay devoluciones». Pongamos un… 20% Y eso durante años, porque no hay fecha de caducidad para devolver un ejemplar y pedir un reembolso. Y claro, ni el editor ni el distribuidor van a cargar con su 10%, ¡pilluelo!
El anticipo: don Poco venido a menos
Cuentan que en los buenos tiempos las editoriales ofrecían un «anticipo a cuenta de derechos». Es decir, le pagaban a usted algo por adelantado que luego se iría descontando de las futuras ventas. Esa cantidad —que aún hoy, para los superventas, son millonarias—, para el común de los escritores no pasan de ridículas: 500 euros; 1.000. Con suerte, 3.000 (muchas veces, en tres plazos, no se emocione). Lo que viene siendo una propinilla. Por una obra que a usted le ha llevado seis, doce o veinte meses. La buena noticia es que, si el libro no vende lo suficiente para cubrir ese anticipo, al menos no le reclamarán la diferencia. Los escépticos le dirán que no es porque sean generosos, sino porque sería más caro gestionar el cobro que regalarle unas perrillas. Por lo que sea.
¿Promoción? ¿Qué promoción?
Usando el sentido común, usted dirá que, una vez publicado, a la editorial le interesará vender su libro. Y que, para eso, hará falta que la gente sepa que existe. ¡Ah, la promoción! Esa labor mágica que consiste en que un libro aparezca en medios, en escaparates, en redes… De nuevo, en el caso de los superventas, hay codazos para tenerlos en la radio. Pero si es usted del montón, aunque sea de arriba, olvídese. (O, mejor todavía, hágasela usted mismo, campeón).
La editorial se limitará a enviar un correo a su lista de contactos —si es que lo hace— y le montará una presentación… A la que —no se engañe— solo asistirán sus amigos, y eso si se lo curra. De nuevo, antes de culpar al editor, hágase una pregunta: ¿a quién le importa lo que tenga usted que decir sobre nada, si no lo conoce ni el Tato? Pues eso.
¿Qué falla aquí? El sentido común de hace dos párrafos. Lo importante no es vender libros, es colocarlos. La venta, ya, si eso. La rueda funciona cuando una librería acepta tener el libro en depósito. Que lo reciba con cariño —o con resignación—, y se lo quede un tiempo. Si eso sucede, el distribuidor paga a la editorial como si lo hubiera vendido y el editor usa ese dinero para publicar otros títulos. Pero el libro está en depósito. Y, como la realidad es tozuda, si pasado un tiempo el librero ya no sabe qué hacer con él, lo mete en una caja y, ¡hala! lo devuelve al distribuidor. Y, entonces, el editor debe reembolsar la cantidad que cobró por él al distribuidor. Hay ejemplares que se han devuelto años después de ser colocados. Eso sí: durante ese tiempo, el editor ha manejado el dinero de los muchos títulos que ha sacado al mercado, al librero no le ha costado un céntimo exponerlos y el distribuidor juega con las sumas y restas de miles de títulos. El sistema da de comer a todos, menos al pobre diablo que maneja un solo título: A.K.A. el autor
¡Pues me autopublico!
Ha decidido usted rebelarse contra un sistema que lo trata mal, ¿eh? Va ser usted el próximo Javier Castillo o la nueva Elísabet Benavent. Pues nada, ¡bienvenido a Guatepeor! Plataformas como Amazon KDP le permiten autopublicarse con más control y mayores beneficios por venta, cierto. En eBook: hasta el 70% del precio y en papel —bajo demanda— del 35 al 60%, dependiendo del coste de impresión y distribución. Peeeero (siempre la maldita adversativa): ahora corre usted con los gastos del maquetador, diseñador gráfico, corrector, agente de prensa, distribuidor y vendedor. Si lo hace bien, se sacará hasta doce pavos por ejemplar. Y si no vende, ya no queda nadie a quien culpar… salvo la sempiterna mala suerte, claro.
Una cosita: ¿Ha pensado por qué lo primero que hacen autores que han cosechado el éxito autopublicándose es fichar por una gran editorial? ¿No les iba tan bien cobrando royalties mucho mayores y siendo sus propios jefes? Pues eso. Suerte
Entonces… ¿por qué escribir?
¿Qué tal, porque, cuando abre la caja con los libros recién salidos del horno es como ver a un hijo recién nacido? ¿O porque cuando un lector le diga que le ha encantado, se reconciliará usted con el mundo? ¿O porque le encanta y prefiere escribir a cualquier otro trabajo? Solo se trata de saber a qué juega. Y no idealizar una industria que, con frecuencia, le tratará como un proveedor más, que debería estar agradecido de ser impreso. Escribir es la leche, oiga. Lo jodido es lo otro.

