El talento y el ingenio son habilidades necesarias para hacer reír a la audiencia y su desarrollo supone un gran desafío para los humoristas. Quizá por el esfuerzo que requiere la creación de chistes y de monólogos, los cómicos descubren que plagian su trabajo con más frecuencia de la que cabría esperar. Pero, ¿cómo pueden defenderse? ¿Los chistes están protegidos por derechos de autor?
Si nos atenemos a lo que dispone la Ley de Propiedad Intelectual, los chistes y los monólogos desde el momento de su creación gozan de protección siempre que cumplan dos condiciones: que sean una obra original y estén creados por un ser humano. Ahora bien, como solemos decir, para evitar conflictos y contar con un respaldo que acredite la autoría es recomendable siempre registrarlos.
El registro cobra relevancia ante la difusión descontrolada de material protegido en las redes sociales y las plataformas de vídeos cortos. Es frecuente que alguien que lee un chiste se lo apropie para ganar seguidores y dinero a través de sus perfiles sociales. Pero has de saber que, pese a la protección por derechos de autor, con las denuncias de estas prácticas ilícitas pocas veces se logra una indemnización a no ser que se demuestre el perjuicio económico que representa para el autor y el beneficio que ha reportado al infractor.
Registrar el contenido humorístico también es útil cuando surgen desencuentros entre los propios cómicos por coincidencias en sus contenidos. En general, se resuelven a través de pactos de conciliación y quien incorpora más tarde estas coincidencias en sus shows, lo retira. Y aquí entran en juego registros como el de Safe Creative, que aporta una prueba cualificada en la que se detalla la fecha y hora de inscripción.
Sin embargo, ante la publicación de memes, poco pueden hacer los humoristas. El artículo 39 de la ley establece que las parodias no se consideran una transformación y, por tanto, no requieren el consentimiento del autor para divulgarlas. Tampoco impide que el creador de memes pueda lucrarse con ellos.
Pero no hay que desesperar. Cuando el contenido humorístico y la forma de contárselo a la audiencia llevan el sello personal del cómico se lo ponen más difícil a los amigos de lo ajeno.

