¡Cosas veredes, amigo Sancho! Vivimos tiempos en los que proteger su identidad en los mundos virtuales se ha convertido en una necesidad tan básica como llevar los calzoncillos limpios en una primera cita. Porque, seamos honestos: nadie quiere que su alter ego digital termine siendo víctima de un robo de identidad perpetrado por alguien cuyo mayor logro en la vida real es abrir una lata de atún sin cortarse.
El Gran Hermano tiene los ojos pixelados
Entérese, amigo: los mundos virtuales —desde MMORPGs hasta plataformas de realidad virtual social como VRChat o Horizon Worlds— le vigilan más de cerca que su madre cuando era adolescente. Cada movimiento, cada interacción, cada emote ridículo, quedan registrados en servidores que guardan esta información como si fuera el secreto del Área 51. La diferencia es que, a diferencia de su santa, estas plataformas no rezan por usted: le rezan a su cartera. Pueden compartir o revender su información a terceros con mucho interés en saber cuánto gasta y en qué. Su historial de compras virtuales dice más de usted que su horóscopo: gustos estéticos, poder adquisitivo, nivel de aburrimiento. ¿Se dejó 60 eurazos en el game pass del Candy Crush de turno? Enhorabuena: acaba de convertirse en «cliente premium», carne de cañón para publicistas insistentes… y un caramelo muy jugoso si esos datos acaban en manos menos angelicales.
Passwords: el arte de no usar «123456» ni su fecha de nacimiento
El primer mandamiento de la seguridad digital es usar contraseñas más intrincadas que la trama de una telenovela venezolana. Sin embargo, la realidad es que la mayoría de usuarios siguen usando combinaciones tan sobadas como «contraseña123» o el clásico «password». ¿Es usted de esos? Pues que sepa que es como dejar el coche con la puerta abierta, las llaves en el contacto y el depósito lleno. ¿Qué hace aún aquí, insensato? ¡Ya está corriendo a cambiarlas! Para cada mundo virtual, va a tener que usar una contraseña única, larga y que incluya una mezcla de mayúsculas, minúsculas, números y símbolos. Piense en ello como crear un conjuro mágico: cuanto más complejo, menos probable es que alguien lo descifre. Y sí, va a necesitar usted un gestor de contraseñas, porque —seamos realistas—, solo el Jarvis de los Vengadores puede recordar un galimatías del tipo «Xk9#mP$2wQ&7zL» sin una ayudita.
La autenticación en dos pasos: mejor guardaespaldas que Kevin Costner
La autenticación de doble factor (2FA) es como tener una división Panzer guardando la puerta de su cuenta. No basta con saber la contraseña; también necesita el código que llega a su teléfono. Es esa pequeña molestia extra lo que puede ahorrarle el trago de verse suplantado en el mundo digital. Habilite 2FA en todas las plataformas que lo permitan. Sí, vale, es un coñazo tener que introducir códigos constantemente, pero es infinitamente mejor ver cómo, de golpe y porrazo, no puede acceder ni a su cuenta de Instagram.
Otra cosita, ya puestos: somos víctimas de una locura colectiva que nos lleva a sobrecompartir información personal. Ese colega de Móstoles tan enrollado que lo ha ayudado a pasarse esa pantalla que se le resistía puede ser un chorizo de Nueva Delhi —o de Nueva York— esperando a darle el palo de su vida. Evite usar su nombre real, fecha de nacimiento, ubicación exacta o cualquier dato que pueda ser utilizado para identificarle fuera del juego. Su avatar puede llamarse «SirLancelot» o «PixieDustMaster», pero su perfil no debería revelar que es usted Anselmo García de Madrid, nacido el 15 de abril de 1985, y que trabaja en contabilidad en el ministerio de lo que sea.
El peligro de los vínculos externos
Muchas plataformas virtuales nos permiten vincular cuentas de redes sociales o incluso métodos de pago. Aunque es útil, también es como abrir todas las puertas de tu casa con la misma llave. Si comprometen una cuenta, potencialmente pueden acceder a todas las demás. Mantenga las cuentas separadas y use emails diferentes para cada plataforma importante. Le llevará más tiempo —sin duda— pero piense en ello como un seguro: ojalá nunca lo necesite, pero se alegrará de tenerlo si algo sale mal.
Cuidado con las ofertas demasiado buenas
¿Tiene suficientes años para acordarse del timo de la estampita? Pues cuidado porque hoy en día, la estampita de marras es virtual. La red está hasta los topes de ofertas demasiado buenas para ser ciertas: moneda gratuita, objetos raros, mejoras de cuenta gratis. La regla de oro es simple: si suena demasiado bien para ser verdad, es que es mentira. Los sitios web que prometen «1 millón de monedas gratis» a cambio de sus datos son tan legítimos como Montoro firmando leyes fiscales. Los estafadores han evolucionado y ahora crean páginas web falsas igualitas a las oficiales. Antes de introducir sus credenciales en cualquier sitio, verifique la URL cuidadosamente. Una letra de diferencia puede llevarle del paraíso virtual al infierno de la cuenta comprometida.
Cada plataforma virtual tiene configuraciones de privacidad que la mayoría de usuarios nunca explora. Es como comprar un coche y no saber que tiene cinturones de seguridad. Dedique tiempo a revisar quién puede contactarle, quién puede ver su información, qué datos comparte y con quién. Configuraciones conservadoras son siempre la mejor opción inicial. Siempre está a tiempo de ir relajándolas según se sienta más cómodo, pero empezar con el perfil abierto al público es como salir a la calle en cueros: técnicamente no es ilegal, pero —créame— no es buena idea.
El software también caduca
Las aplicaciones y plataformas virtuales se actualizan cada dos por tres, no solo para añadir nuevas funciones brillantes, sino también para parchear vulnerabilidades de seguridad. Mantenerlo todo al día es tan importante como cambiar el aceite del coche: ignorarlo puede funcionar por un tiempo, pero a la larga lo dejará tirado en la carretera digital. Habilite las actualizaciones automáticas cuando sea posible, y si no, establezca recordatorios regulares para verificar actualizaciones pendientes. Un software desactualizado es una alfombra roja para los cibermangantes. Si a estas alturas si siente más rodeado que Custer en Little BigHorn, respire un par de veces. No se trata de convertirse en un ermitaño digital, pero sí es aconsejable manejarse con una saludable dosis de escepticismo y precaución. Una pizca de paranoia puede evitarle muchos dolores de cabeza. Porque su avatar puede ser inmortal, pero su privacidad —una vez comprometida— puede ser muy difícil de recuperar.
¡Ah! Y tenga cuidado ahí afuera, en esos mundos donde la magia es real pero los peligros aún más.

