About the work
https://valentina-lujan.es/E/elmovimiento.pdf
El movimiento, es algo tan normal. Todo lo que tiene vida se mueve, incluso los caracoles aun en su lentitud. O las hojas de los árboles, en esos días calmos en los que se dice al mirar por la ventana, “no se mueve ni una hoja”. Y creciendo; cualquier animal o planta va ocupando más espacio a medida que crece, luego ese espacio de afuera que se ve tan paulatinamente invadido “sabe” que eso que está ahí se mueve y lo… distorsiona.
La cotidianidad está toda llena de movimientos no quizá intencionados pero sí consentidos; aceptados sin cuestionarlos porque son necesarios para la simple subsistencia. Hay que llevar la mano a la boca para comer, por ejemplo, aunque sólo en el caso de los humanos. El resto de los animales come llevando su boca (o pico) a la comida. Excepto los elefantes, a lo mejor, que me figuro que comerán con la trompa.
Hay también movimientos inocuos, que se ejecutan sin intención de hacerlos pero tampoco se aplica voluntad en evitarlos; son prescindibles pero tampoco pasa nada porque estén, y se los deja permanecer y repetirse.
Otros movimientos no son en sí propiamente voluntarios, y muchas personas si se imaginaran observadas mientras los ejecutan se sentirían humilladas; pero se transige con ejecutarlos, como ineludibles, aun a sabiendas de que se vivirá siempre con la vergüenza, el peso de la culpa, del “pude no hacerlo” (porque puede no hacerse y comprobado, por extraño que parezca), aunque justificándolo, escudándose, en que ha sido como mal colateral e inexcusable para la realización de cualquiera de tantos actos — innobles y groseros, y grotescos, por más que a veces (muchas veces) se los disfrace de poesía — a que los humanos, tan orgullosos por otra parte de vuestra libertad, estáis, como los galeotes de la antigüedad, amarrados al duro banco…
Hay otros movimientos que, esos ya sí, bajo una apariencia a la que a simple vista no hay nada que objetar son decididamente perversos y dañinos. Se pueden ejecutar en público y nadie reparará en ellos; quien nos vea hacerlos no se sorprenderá ni se sentirá agredido ni ofendido ni encontrará que estamos haciendo algo raro; si alguien nos viera sonrojarnos y preguntara por qué se quedaría pasmado si le dijéramos que porque ese movimiento que terminamos de hacer es tan… Y, ‟ ¡pero si no es nada!”, diría, alguien, y hasta podría sonreír.
Pero sí pasa. Y mucho.
Son esos movimientos que si se cede a la tentación de realizarlos nos estarán abocando a la derrota y al fracaso; y tirarán por tierra quién sabe si todo lo conseguido a lo largo de un proceso y de un trabajo que puede en ocasiones llegar a sentirse agotador o insufrible. Un trabajo hecho a base de quietud, de estar alerta a no mover ni un músculo que, por una contracción de más o de menos, por insignificante que sea, puede estar (y lo está, y bien dispuesto y con frecuencia) abriendo la puerta a toda una cohorte de demonios o algo muy parecido.
Los demonios no es que vayan a renunciar a su presa así como así; pero tendrán que buscarse otras mañas y otras vías.
29 de octubre de 2012
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.