About the work
http://valentina-lujan.es/R/Regresando.pdf
no como integrante de uno de los grupos — formados como ya se dijo atendiendo las indicaciones que hiciese doña Isidora mientras, en una bandejita colocada sobre la mesa camilla, el señor Ramírez tomaba la merienda consistente en un vaso de leche con galletas que su esposa le había servido y, su nuera… — sino, mentalmente, al cuerpo del texto del que de una manera tan irreflexiva me había ido apartando sin saber a qué serie de disparates podría mi imaginación tan poco ejercitada conducirme y, en carne y hueso con las manos hundidas en los bolsillos de mi abrigo y la carpeta con los folios bajo el brazo, a mi casa aquella noche, caminando tranquilamente y tan absorto que, cruzando la glorieta por la calzada en vez de rodearla y caminar por la acera, no escuché, o mejor dicho no presté atención, a un frenazo que oí a mi espalda y a unos pasos apresurados de alguien que tiró de mi cartera.
Recuerdo que me derribó, o tal vez sólo perdí el equilibrio, y que cuando quise levantarme sentí un enorme dolor en una ingle que me impedía manejar la pierna y apoyar el pie en el suelo, y que, viendo literalmente las estrellas no del cielo sino de las que bailaban ante mis ojos, me habría vuelto a caer de no ser porque unas personas, dos hombres y dos mujeres, muy elegantes de esmoquin ellos y enjoyadas y con trajes largos ellas, que se dirigían a El Portón acudieron a socorrerme preguntando si podían ayudarme.
Les pedí que a llegar al portal, aunque mejor, por favor, al ascensor; y uno de los hombres y una mujer subieron conmigo, y me sujetaron hasta la puerta de casa.
Y abrí, y les di las gracias, y llegué como pude hasta mi cama, y me dejé caer sin desvestirme.
Dormí mal. El dolor no se calmaba. Por la mañana telefoneé a urgencias que no podía moverme y vino a resultar que en la caída me había roto la pelvis.
Resultado, tres meses en la cama sin más desplazamientos que los imprescindibles para, sirviéndome de una pequeña mesa baja, muy ligera, que Lola tan lista rescató del trastero para que cuando no estuviera ella pudiese moverme agarrando cada lado del tablero, que, dijo, haría las veces de muleta.
Y, sí, dio resultado, y podía un poco incorporado dedicarme a mis papeles que qué papeles, Lola, le dije, si no tengo mi cartera con todos los folios, mis borradores, mis anotaciones, mis personajes con sus fisonomías y con sus nombres…
Ahí Lola me interrumpió con viveza y un desenfadado no se marque faroles…
– No se marque faroles, que los nombres sí, pero de las fisonomías en ningún momento ha hecho mención, que ya se lo dijo Celedonia, ¿o fue la nuera?; bueno, es igual, pero recuerdo que le dijo que la manera de usted de trabajar era un desconcierto, y que ellos querían saber sus estaturas, y sus aspectos y sus colores de ojos y de pelo ¿no se acuerda?
Y, sí, me acordaba; pero…
– Pero, Lola, qué importa eso si no tengo…
– Necesidad ninguna, eso es verdad…
– ¿De qué?, Lola. Claro que la tengo.
– ¿Sí? — y, mirándome muy seria, con la barbilla apoyada en sus manos cruzadas en el palo de la fregona — ¿Para qué?
Y retomando su quehacer con mucho brío me largó una pequeña perorata diciendo usted sabrá pero que, a ella, a mí personalmente, dijo, me parece más literario… porque usted querrá ser un literato, ¿no?, un artista de la escritura, ¿no?, y el artista debe, o, bueno, es por lo menos mi opinión, abrir la mente del lector, propiciar que por medio de sus palabras, las que usted ponga en boca de sus personajes, con sus tonos, y sus inflexiones, y sus signos de puntuación y la cadencia que se desprenda de sus frases, largas o cortas, que no dejen tiempo para respirar o que obliguen a tomar a cada paso alient…
– En fin… — concluyó, sin terminar la frase y de fregar la habitación.
Y saliendo, con su cubo y su fregona, que a ella, a mí añadió, me gusta siguió, que no se le pongan fronteras a mi imaginación, y los personajes forjármelos yo.
– Le ha salido un pareado — repliqué.
– Rima asonante. Y a usted también… Oh, Oh.
Se alejó canturreando y en ello siguió mientras trasteba con los cacharros del desayuno.
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.