Sobre la obra
https://valentina-lujan.es/laloli/Laloli1.pdf
La Loli sorprendió a tía viuda de las Vinuesa perdón, era al revés pero las del Nuestra Señora Santa María nunca hacemos tachones cuando estaba sentada frente al tocador poniéndose la gargantilla con el camafeo ribeteado de brillantitos.
A los noventa y cuatro años estaba muy bien – aunque no era viuda y además había sido hija única, pero si la llamábamos de cualquier otro modo siempre había alguien que se hacía un lío y “¿y esa quién es que no caigo?”; se advirtió, por tanto, a las de Churruca de que siempre que la nombrásemos así debían entender que era su tía, la hermana mayor de su (difunto ) padre –, con la cabeza muy en su sitio y la costumbre desde hacía por lo menos treinta y cuatro de ir todos los miércoles por la tarde tanto en invierno como en primavera o en otoño (porque los veranos los pasaba en Saint-Tropez aun a pesar de haberle rogado que se quedase en Cercedilla, mucho más fácil y tan cerca; pero se negó como tenía un temperamento tan especial) a jugar a la canasta con sus amigas.
Aquel día, ya porque no fuese miércoles ya porque faltasen unos minutos para las cinco y cuarto que es la hora a la que la una se levantaba invariablemente del sillón después de dar una cabezada o pasasen de las seis y diez y la otra hubiese ya salido con la criada que la acompañaba a todos sitios, no era de prever que tuvieran que coincidir justo ahí y en ese instante.
Pero ahí estaban; se fijó la una en que con los pendientes largos de pedrería tan vistosa y los labios pintados a juego ― porque la Loli para algunas cosas prestaba mucha atención a los detalles ― con las uñas de los pies calzados con sandalias, de un fucsia casi morado, azul celeste y, la otra, echando ojeadas furtivas a algún lugar cerca de la ventana.
Asomando una un poquito la cabeza por detrás de la cortina que separaba el vestidor del pequeño gabinete donde se guardaban, en un cajón del secreter, algunas cosas de capricho y otras chucherías que – no había manera de “quitarte esa costumbre tan tonta, cuando qué ni quién te lo impide; que como si quieres hartarte” ― una u otra se comía a escondidas y, la otra, en el espejo a su espalda.
– ¿Qué haces ahí? ― le preguntó.
– Nada ― contestó.
– Te habrás pensado que soy tonta.
– No sé por qué dices eso.
– “No sé, no sé” ― dándose un toquecito de “rouge” en las mejillas y, tras un profundo suspiro, como si estuviese enormemente cansada ―: ¡Si una hablase!
– ¿Y qué necesidad hay de hablar, si tú y yo nos entendemos con un cruce de miradas?
– Eso, mira, es verdad.
Expurgó con el índice por entre las menudencias del joyero, con la uña con su medialuna impecable en rosa pálido un poco perlado apartando esto o aquello como cuando se quitaban las piedrecillas antes limpiando las lentejas, para una vez decidida por unos aretes de zafiros pequeñitos pero que se les veía cosa de valor musitar en tono casi inaudible “¡qué tiempos!” y, poniéndose el de la oreja derecha:
– ¿Vas a llevarme?
– ¿Hoy, precisamente?
– Bueno… ― contempló pensativa el arete como si no lo hubiera visto nunca jugueteando con la pedrería barata del suyo; siempre la había irritado un poquito aquella forma peculiar de estar, de decir, despaciosa y negligente como si nada le pesara nunca para, al fin, añadir ―: Como Rosa se marchó anoche a su pueblo por lo de la comunión de la nieta, pensé que…
– ¿Así que era eso?
– ¿Y qué otra cosa podía ser?
– Yo qué sé – valoró con un ojo el efecto de la ajorca puesto el otro, con un punto de desconfianza, en el cajón de arriba del secreter junto a la ventana; luego suspiró y sacudiendo la cabeza ―: Cosas mías; no tiene importancia.
– Es muy amable por tu parte, el haberlo pensado. Así que de todos modos muchas gracias.
– ¿Hay que ponerse mordaz?
– ¡Por qué serás tan mal pensada!
En vez de contestarle se pegó, como quien dice “pelillos a la mar”, un tironcito de la falda, demasiado estrecha y demasiado corta; taconeó hasta el cajón del secreter y agarró con resolución la cajita de las frutas glaseadas. Acto seguido se giró y explicó “no te lo tomes a mal; sé que es difícil entenderlo pero lo hago por ti”.
– ¿Por mí?
– Bueno… — se mordisqueó el labio y jugueteó no supo si por ganar tiempo con uno de los bucles aun...
Exhibida en
Declaración de creatividad
Creación 100% humana
En fecha:
Jun 23, 2024, 6:00 PM
Nivel de identificación:
Básico
Contenido ficticio
En fecha:
Jun 23, 2024, 6:00 PM
Nivel de identificación:
Básico
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Información de la obra
Título Semblanzas de la Loli (La Loli 1)
https://valentina-lujan.es/laloli/Laloli1.pdf
La Loli sorprendió a tía viuda de las Vinuesa perdón, era al revés pero las del Nuestra Señora Santa María nunca hacemos tachones cuando estaba sentada frente al tocador poniéndose la gargantilla con el camafeo ribeteado de brillantitos.
A los noventa y cuatro años estaba muy bien – aunque no era viuda y además había sido hija única, pero si la llamábamos de cualquier otro modo siempre había alguien que se hacía un lío y “¿y esa quién es que no caigo?”; se advirtió, por tanto, a las de Churruca de que siempre que la nombrásemos así debían entender que era su tía, la hermana mayor de su (difunto ) padre –, con la cabeza muy en su sitio y la costumbre desde hacía por lo menos treinta y cuatro de ir todos los miércoles por la tarde tanto en invierno como en primavera o en otoño (porque los veranos los pasaba en Saint-Tropez aun a pesar de haberle rogado que se quedase en Cercedilla, mucho más fácil y tan cerca; pero se negó como tenía un temperamento tan especial) a jugar a la canasta con sus amigas.
Aquel día, ya porque no fuese miércoles ya porque faltasen unos minutos para las cinco y cuarto que es la hora a la que la una se levantaba invariablemente del sillón después de dar una cabezada o pasasen de las seis y diez y la otra hubiese ya salido con la criada que la acompañaba a todos sitios, no era de prever que tuvieran que coincidir justo ahí y en ese instante.
Pero ahí estaban; se fijó la una en que con los pendientes largos de pedrería tan vistosa y los labios pintados a juego ― porque la Loli para algunas cosas prestaba mucha atención a los detalles ― con las uñas de los pies calzados con sandalias, de un fucsia casi morado, azul celeste y, la otra, echando ojeadas furtivas a algún lugar cerca de la ventana.
Asomando una un poquito la cabeza por detrás de la cortina que separaba el vestidor del pequeño gabinete donde se guardaban, en un cajón del secreter, algunas cosas de capricho y otras chucherías que – no había manera de “quitarte esa costumbre tan tonta, cuando qué ni quién te lo impide; que como si quieres hartarte” ― una u otra se comía a escondidas y, la otra, en el espejo a su espalda.
– ¿Qué haces ahí? ― le preguntó.
– Nada ― contestó.
– Te habrás pensado que soy tonta.
– No sé por qué dices eso.
– “No sé, no sé” ― dándose un toquecito de “rouge” en las mejillas y, tras un profundo suspiro, como si estuviese enormemente cansada ―: ¡Si una hablase!
– ¿Y qué necesidad hay de hablar, si tú y yo nos entendemos con un cruce de miradas?
– Eso, mira, es verdad.
Expurgó con el índice por entre las menudencias del joyero, con la uña con su medialuna impecable en rosa pálido un poco perlado apartando esto o aquello como cuando se quitaban las piedrecillas antes limpiando las lentejas, para una vez decidida por unos aretes de zafiros pequeñitos pero que se les veía cosa de valor musitar en tono casi inaudible “¡qué tiempos!” y, poniéndose el de la oreja derecha:
– ¿Vas a llevarme?
– ¿Hoy, precisamente?
– Bueno… ― contempló pensativa el arete como si no lo hubiera visto nunca jugueteando con la pedrería barata del suyo; siempre la había irritado un poquito aquella forma peculiar de estar, de decir, despaciosa y negligente como si nada le pesara nunca para, al fin, añadir ―: Como Rosa se marchó anoche a su pueblo por lo de la comunión de la nieta, pensé que…
– ¿Así que era eso?
– ¿Y qué otra cosa podía ser?
– Yo qué sé – valoró con un ojo el efecto de la ajorca puesto el otro, con un punto de desconfianza, en el cajón de arriba del secreter junto a la ventana; luego suspiró y sacudiendo la cabeza ―: Cosas mías; no tiene importancia.
– Es muy amable por tu parte, el haberlo pensado. Así que de todos modos muchas gracias.
– ¿Hay que ponerse mordaz?
– ¡Por qué serás tan mal pensada!
En vez de contestarle se pegó, como quien dice “pelillos a la mar”, un tironcito de la falda, demasiado estrecha y demasiado corta; taconeó hasta el cajón del secreter y agarró con resolución la cajita de las frutas glaseadas. Acto seguido se giró y explicó “no te lo tomes a mal; sé que es difícil entenderlo pero lo hago por ti”.
– ¿Por mí?
– Bueno… — se mordisqueó el labio y jugueteó no supo si por ganar tiempo con uno de los bucles aun...
Tipo de obra Literaria: Otros
Etiquetas semblanzas de la loli, prosa
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Información de registro en Safe Creative
Identificador 2406238362756
Fecha de registro 23 jun. 2024 18:00 UTC
Licencia Todos los derechos reservados
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Declaraciones de autoría y derechos inscritas
Autor. Titular Valentina Luján. Fecha 23 jun. 2024.
Información disponible en https://www.safecreative.org/work/2406238362756-semblanzas-de-la-loli-la-loli-1-