About the work
https://valentina-lujan.es/D/deidaydevuelta.pdf
El dobladillo en tu falda y la curva de tus caderas son las cosas que recuerdo de cuando joven y esbelta te veía pasar de lejos caminito de la iglesia.
El dobladillo en tu falda y tu mirada de alerta a todas partes cuidando de que nada se escondiera por entre el canto de pájaros y en el cielo las estelas de naves de acero y alas volando lejos a tierras de gentes muy diferentes que vivían de otras maneras.
Tan distintas tan distantes tan perdidas y remotas e impensadas y tan raras y tan cálidas y verdes de llamas y cocoteros que te hacían pensar ingenua que había allí tan lejos algo que tú te estabas perdiendo anclada en tu tierra esta a la que llegarían días que otros conocer quisieran.
E imaginaron que había, en ella y en sus montañas, sus gentes y sus iglesias, el rasgar de sus guitarras y sus tardes en la arena, un algo de la grandeza que soñaran para ellas aquellas gentes extrañas que cuando por fin la vieron se dijeron que no era para tanto ni valía un solo ápice la pena el venir desde tan lejos a vivir sin ilusiones y apenas con cuatro perras.
El dobladillo en tu falda y la curva de tus caderas son las cosas que recuerdo de la mañana funesta en que por conocer mundo y otras gentes y otras tierras me marché lejos de donde quedaba joven y esbelta quien me quiso y yo la quise decir tú no tengas pena porque ha de llegar el día en que recuerdes tu espera como tan sólo un instante del que mereció la pena imaginar diferente, más largo y de más grandeza, de lo que en verdad sería cuando lo vieses de cerca.
Y te reirás de ti misma recordando tu torpeza cuando de joven pensaste que había historias que se quedan en el alma de por vida y que soportan la espera del que soñando despierto no acertó a volver ya nunca de aquellas lejanas tierras.
El dobladillo en tu falda y la curva de tus caderas es todo lo que recuerdo haber olvidado al verte cuando te miro de lejos caminando hacia la iglesia.
jueves, 26 de mayo de 2011
Entelequios
Poesía
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo. No tengo formación académica.