No importa si las horas bajan

11/19/2018 1811199091606

No importa si las horas bajan Cruzó la avenida Santa Fe en verde y miró a través de las ventanas del Café Palermo. Aunque ya no llovía se apuró un poco. Antes de llegar a la entrada del bar algo parecido a una mancha en el piso la distrajo. Había un gato cerca del umbral de mármol. Tapado por una hoja de diario parecía un pedazo de trapo gris. Permanecía quieto. Se distinguían sobre el lomo manchones de piel sin pelo. Quizás ronroneaba para calmar el hambre. Laura se agachó. Quiso ver si estaba vivo. Contempló al pequeño animal con indiferencia, estiró la mano, le rascó la cabeza y el gato entornó los ojos. Laura se levantó y observó hacia el otro lado de la calle. “Ni una menos”, leyó escrito en letras gruesas, rojas, pintadas en el muro blanco de enfrente. Las palabras lucían torcidas, escritas con apuro. Se enroscó el pelo, lo introdujo dentro de la campera negra y se cubrió la cabeza con la capucha. Tenía las zapatillas y los jeans azules empapados. Abrió el batiente derecho de la puerta. La agonía del crepúsculo iluminaba el recinto. Un chorro de luz anaranjado atravesaba en diagonal al sombrío bodegón. La barra reflejaba su aspecto descuidado en el desorden de vasos y botellas. Las molduras de madera se notaban más oscuras con las lámparas apagadas. Laura paseó su mirada por las mesas y fue derecho a la que ocupaba Andrés en el fondo del local, contra la ventana de Godoy Cruz, mirando hacia afuera, hacia la vereda por donde pasaban los travestis. Ella arrastró la silla sobre el suelo ajedrezado. Él, al escuchar el ruido, se volvió para mirarla. Sin maquillaje tardó en reconocerla. Laura dijo: —Llegué un poco tarde ¿no? —No… no, sentate, por favor. Andrés parecía sorprendido. Ella era empleada de una librería ubicada en el centro de la ciudad. Hacía dos semanas que se veían, esporádicamente, en algún bar de la zona. La había citado aquí, aunque ella no le dio la seguridad de asistir. A Laura no le gustaba aceptar proposiciones cerca de su casa. Esta sería una excepción. De todos modos, solía ser impuntual. —Te estaba esperando —dijo Andrés. Ella se acomodó el flequillo como si no hubiese escuchado nada. —Estar con vos me hace bien —reclamó él con inocencia. —Andrés... tengo que decirte una cosa… no te enojes, pero vine solo para despedirme —Alzó las cejas, esbozó una sonrisa y casi de inmediato se puso seria—. Voy a dejar de trabajar en el local…, en una semana me voy.

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Title No importa si las horas bajan

Identifier 1811199091606

Entry date Nov 19, 2018 11:03 PM UTC

No importa si las horas bajan
Cruzó la avenida Santa Fe en verde y miró a través de las ventanas del Café Palermo. Aunque ya no llovía se apuró un poco. Antes de llegar a la entrada del bar algo parecido a una mancha en el piso la distrajo. Había un gato cerca del umbral de mármol. Tapado por una hoja de diario parecía un pedazo de trapo gris. Permanecía quieto. Se distinguían sobre el lomo manchones de piel sin pelo. Quizás ronroneaba para calmar el hambre. Laura se agachó. Quiso ver si estaba vivo. Contempló al pequeño animal con indiferencia, estiró la mano, le rascó la cabeza y el gato entornó los ojos.
Laura se levantó y observó hacia el otro lado de la calle. “Ni una menos”, leyó escrito en letras gruesas, rojas, pintadas en el muro blanco de enfrente. Las palabras lucían torcidas, escritas con apuro. Se enroscó el pelo, lo introdujo dentro de la campera negra y se cubrió la cabeza con la capucha. Tenía las zapatillas y los jeans azules empapados.
Abrió el batiente derecho de la puerta. La agonía del crepúsculo iluminaba el recinto. Un chorro de luz anaranjado atravesaba en diagonal al sombrío bodegón. La barra reflejaba su aspecto descuidado en el desorden de vasos y botellas. Las molduras de madera se notaban más oscuras con las lámparas apagadas.
Laura paseó su mirada por las mesas y fue derecho a la que ocupaba Andrés en el fondo del local, contra la ventana de Godoy Cruz, mirando hacia afuera, hacia la vereda por donde pasaban los travestis. Ella arrastró la silla sobre el suelo ajedrezado. Él, al escuchar el ruido, se volvió para mirarla. Sin maquillaje tardó en reconocerla. Laura dijo:
—Llegué un poco tarde ¿no?
—No… no, sentate, por favor.
Andrés parecía sorprendido. Ella era empleada de una librería ubicada en el centro de la ciudad. Hacía dos semanas que se veían, esporádicamente, en algún bar de la zona. La había citado aquí, aunque ella no le dio la seguridad de asistir. A Laura no le gustaba aceptar proposiciones cerca de su casa. Esta sería una excepción. De todos modos, solía ser impuntual.
—Te estaba esperando —dijo Andrés.
Ella se acomodó el flequillo como si no hubiese escuchado nada.
—Estar con vos me hace bien —reclamó él con inocencia.
—Andrés... tengo que decirte una cosa… no te enojes, pero vine solo para despedirme —Alzó las cejas, esbozó una sonrisa y casi de inmediato se puso seria—. Voy a dejar de trabajar en el local…, en una semana me voy.

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Raúl Ariel Victoriano

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Nov 19, 2018


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Title No importa si las horas bajan
No importa si las horas bajan
Cruzó la avenida Santa Fe en verde y miró a través de las ventanas del Café Palermo. Aunque ya no llovía se apuró un poco. Antes de llegar a la entrada del bar algo parecido a una mancha en el piso la distrajo. Había un gato cerca del umbral de mármol. Tapado por una hoja de diario parecía un pedazo de trapo gris. Permanecía quieto. Se distinguían sobre el lomo manchones de piel sin pelo. Quizás ronroneaba para calmar el hambre. Laura se agachó. Quiso ver si estaba vivo. Contempló al pequeño animal con indiferencia, estiró la mano, le rascó la cabeza y el gato entornó los ojos.
Laura se levantó y observó hacia el otro lado de la calle. “Ni una menos”, leyó escrito en letras gruesas, rojas, pintadas en el muro blanco de enfrente. Las palabras lucían torcidas, escritas con apuro. Se enroscó el pelo, lo introdujo dentro de la campera negra y se cubrió la cabeza con la capucha. Tenía las zapatillas y los jeans azules empapados.
Abrió el batiente derecho de la puerta. La agonía del crepúsculo iluminaba el recinto. Un chorro de luz anaranjado atravesaba en diagonal al sombrío bodegón. La barra reflejaba su aspecto descuidado en el desorden de vasos y botellas. Las molduras de madera se notaban más oscuras con las lámparas apagadas.
Laura paseó su mirada por las mesas y fue derecho a la que ocupaba Andrés en el fondo del local, contra la ventana de Godoy Cruz, mirando hacia afuera, hacia la vereda por donde pasaban los travestis. Ella arrastró la silla sobre el suelo ajedrezado. Él, al escuchar el ruido, se volvió para mirarla. Sin maquillaje tardó en reconocerla. Laura dijo:
—Llegué un poco tarde ¿no?
—No… no, sentate, por favor.
Andrés parecía sorprendido. Ella era empleada de una librería ubicada en el centro de la ciudad. Hacía dos semanas que se veían, esporádicamente, en algún bar de la zona. La había citado aquí, aunque ella no le dio la seguridad de asistir. A Laura no le gustaba aceptar proposiciones cerca de su casa. Esta sería una excepción. De todos modos, solía ser impuntual.
—Te estaba esperando —dijo Andrés.
Ella se acomodó el flequillo como si no hubiese escuchado nada.
—Estar con vos me hace bien —reclamó él con inocencia.
—Andrés... tengo que decirte una cosa… no te enojes, pero vine solo para despedirme —Alzó las cejas, esbozó una sonrisa y casi de inmediato se puso seria—. Voy a dejar de trabajar en el local…, en una semana me voy.
Work type Narrative, Essay
Tags cuentos, relatos

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Entry date Nov 19, 2018 11:03 PM UTC
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Author. Holder Raúl Ariel Victoriano. Date Nov 19, 2018.


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