Por lo último que queda

09/12/2017 1709123501171

Por lo último que queda Dormí mal porque anoche los pibes estuvieron tirando piedras. Se aprovechan. Mi casa es antigua y hace cuatro años le hice cambiar todo el techo de tejas por chapas de zinc acanaladas. Por eso, cuando caen los cascotes, el sonido aquí adentro se torna insoportable. Me tapo la cabeza con la frazada roja hasta que se aquieta el eco del último estruendo. Nunca tuve el valor de asomarme para verlos cuando están en pleno acoso. Llegan al terreno abandonado, lindero con el fondo, y desde allí tiran los pedazos de ladrillos por encima del muro. Una noche de éstas las vigas de madera van a ceder y se va a venir todo abajo. Ellos nunca gritan. A veces escucho murmullos entrecortados de palabras soeces, una especie de culebra escamada que se arrastra sobre el revoque impreciso del otro lado del muro, como un rosario de frases destrozadas que se dicen entre ellos antes de empezar a lanzar los proyectiles. No es uno solo, sino varios, es más, parecen muchos, demasiados. Después, cuando se escapan corriendo, escucho las risas atenuadas, como si el humo de los alientos agitados se condensara en trocitos de hielo, en el aire del invierno, hasta que se pierden más allá, al otro lado de la medianera y el patio de atrás de mi vivienda queda en silencio. Últimamente me han estado molestando más seguido. Vienen al atardecer, cuando el cielo rojo desaparece por el costado de los edificios, porque es en esa transición hacia la noche cuando la gente no les presta atención, y ellos aprovechan la oscuridad para que no los vean. No sé de dónde vienen. Son de otro barrio, seguramente. Me levanté tarde por ese motivo, por los ruidos. El frío me acobarda un poco y no tengo ganas de salir a la calle. Pero hoy no he desayunado. Debería hacer alguna compra en la verdulería, comer algo. Tengo el estómago vacío, me vendría bien alguna sopa de zapallo que me caliente por dentro hasta la hora de dormir. Dudo un rato y luego de dar algunas vueltas por el interior de la vivienda con las manos en la espalda, me decido. Me pongo la campera y salgo al jardín delantero con las llaves en la mano. Recién cuando llego a la reja noto la caricia de una leve llovizna. No me lo esperaba. Es una garúa que desciende floja, sin el orgullo violento de la lluvia, flotando en pequeñas gotas, tan mínimas como puntos blanquecinos dibujados por encima de la silueta cónica del ciprés. Polvo de agua parece. Entonces, regreso a la casa a buscar algo que me proteja. Ni bien entro, me detengo. Coloco una mano en los labios y la otra en la cintura, como si en esa pose me resultara más fácil recordar la ubicación que

  • Narrative, Essay
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Title Por lo último que queda

Identifier 1709123501171

Entry date Sep 12, 2017 2:51 PM UTC

Por lo último que queda Dormí mal porque anoche los pibes estuvieron tirando piedras. Se aprovechan. Mi casa es antigua y hace cuatro años le hice cambiar todo el techo de tejas por chapas de zinc acanaladas. Por eso, cuando caen los cascotes, el sonido aquí adentro se torna insoportable. Me tapo la cabeza con la frazada roja hasta que se aquieta el eco del último estruendo. Nunca tuve el valor de asomarme para verlos cuando están en pleno acoso. Llegan al terreno abandonado, lindero con el fondo, y desde allí tiran los pedazos de ladrillos por encima del muro. Una noche de éstas las vigas de madera van a ceder y se va a venir todo abajo. Ellos nunca gritan. A veces escucho murmullos entrecortados de palabras soeces, una especie de culebra escamada que se arrastra sobre el revoque impreciso del otro lado del muro, como un rosario de frases destrozadas que se dicen entre ellos antes de empezar a lanzar los proyectiles. No es uno solo, sino varios, es más, parecen muchos, demasiados. Después, cuando se escapan corriendo, escucho las risas atenuadas, como si el humo de los alientos agitados se condensara en trocitos de hielo, en el aire del invierno, hasta que se pierden más allá, al otro lado de la medianera y el patio de atrás de mi vivienda queda en silencio. Últimamente me han estado molestando más seguido. Vienen al atardecer, cuando el cielo rojo desaparece por el costado de los edificios, porque es en esa transición hacia la noche cuando la gente no les presta atención, y ellos aprovechan la oscuridad para que no los vean. No sé de dónde vienen. Son de otro barrio, seguramente. Me levanté tarde por ese motivo, por los ruidos. El frío me acobarda un poco y no tengo ganas de salir a la calle. Pero hoy no he desayunado. Debería hacer alguna compra en la verdulería, comer algo. Tengo el estómago vacío, me vendría bien alguna sopa de zapallo que me caliente por dentro hasta la hora de dormir. Dudo un rato y luego de dar algunas vueltas por el interior de la vivienda con las manos en la espalda, me decido. Me pongo la campera y salgo al jardín delantero con las llaves en la mano. Recién cuando llego a la reja noto la caricia de una leve llovizna. No me lo esperaba. Es una garúa que desciende floja, sin el orgullo violento de la lluvia, flotando en pequeñas gotas, tan mínimas como puntos blanquecinos dibujados por encima de la silueta cónica del ciprés. Polvo de agua parece. Entonces, regreso a la casa a buscar algo que me proteja. Ni bien entro, me detengo. Coloco una mano en los labios y la otra en la cintura, como si en esa pose me resultara más fácil recordar la ubicación que

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Raúl Ariel Victoriano

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Sep 12, 2017


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Por lo último que queda Dormí mal porque anoche los pibes estuvieron tirando piedras. Se aprovechan. Mi casa es antigua y hace cuatro años le hice cambiar todo el techo de tejas por chapas de zinc acanaladas. Por eso, cuando caen los cascotes, el sonido aquí adentro se torna insoportable. Me tapo la cabeza con la frazada roja hasta que se aquieta el eco del último estruendo. Nunca tuve el valor de asomarme para verlos cuando están en pleno acoso. Llegan al terreno abandonado, lindero con el fondo, y desde allí tiran los pedazos de ladrillos por encima del muro. Una noche de éstas las vigas de madera van a ceder y se va a venir todo abajo. Ellos nunca gritan. A veces escucho murmullos entrecortados de palabras soeces, una especie de culebra escamada que se arrastra sobre el revoque impreciso del otro lado del muro, como un rosario de frases destrozadas que se dicen entre ellos antes de empezar a lanzar los proyectiles. No es uno solo, sino varios, es más, parecen muchos, demasiados. Después, cuando se escapan corriendo, escucho las risas atenuadas, como si el humo de los alientos agitados se condensara en trocitos de hielo, en el aire del invierno, hasta que se pierden más allá, al otro lado de la medianera y el patio de atrás de mi vivienda queda en silencio. Últimamente me han estado molestando más seguido. Vienen al atardecer, cuando el cielo rojo desaparece por el costado de los edificios, porque es en esa transición hacia la noche cuando la gente no les presta atención, y ellos aprovechan la oscuridad para que no los vean. No sé de dónde vienen. Son de otro barrio, seguramente. Me levanté tarde por ese motivo, por los ruidos. El frío me acobarda un poco y no tengo ganas de salir a la calle. Pero hoy no he desayunado. Debería hacer alguna compra en la verdulería, comer algo. Tengo el estómago vacío, me vendría bien alguna sopa de zapallo que me caliente por dentro hasta la hora de dormir. Dudo un rato y luego de dar algunas vueltas por el interior de la vivienda con las manos en la espalda, me decido. Me pongo la campera y salgo al jardín delantero con las llaves en la mano. Recién cuando llego a la reja noto la caricia de una leve llovizna. No me lo esperaba. Es una garúa que desciende floja, sin el orgullo violento de la lluvia, flotando en pequeñas gotas, tan mínimas como puntos blanquecinos dibujados por encima de la silueta cónica del ciprés. Polvo de agua parece. Entonces, regreso a la casa a buscar algo que me proteja. Ni bien entro, me detengo. Coloco una mano en los labios y la otra en la cintura, como si en esa pose me resultara más fácil recordar la ubicación que
Work type Narrative, Essay
Tags cuentos, relatos

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Entry date Sep 12, 2017 2:51 PM UTC
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Author. Holder Raúl Ariel Victoriano. Date Sep 12, 2017.


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